lunes, 13 de agosto de 2012

Je Souhaite Cinderella Cap.9


Fue Nicholas quien lo hizo. Las negras pestañas descendieron, liberándola de la prisión de sus emociones.  Mientras lo miraba, desorientada por lo que le sucedía, lo vio respirar lenta y profundamente, como un hombre que se recupera de un largo sueño y comienza a caminar.
-Acabo de tener una sensación muy rara -le confió Miley, corriendo a su lado y chocándose con unos turistas.
-¿Una sensación rara? -formuló Nicholas con voz inexpresiva, tirando de su mano para sacarla de entre la gente.
-No me siento muy bien -declaró. Sentía el cuerpo primero frío y luego caliente, la cabeza le daba vueltas, las piernas las sentía débiles como gelatina y los pechos le latían de la forma más incómoda. Enfocó los ojos asombrados en la corbata de seda burdeos-. Espero que no sea la gripe. Quizás estoy triste porque no veré a Liam durante un tiempo.
Lo miró a los ojos, sorprendida por la intensidad de su mirada penetrante.
-¿Por qué dijiste eso de mis ojos?-preguntó.
-Estaba tratando de distraerte para que no lloraras. Y funcionó -dijo, con ojos tan helados y remotos como el Himalaya.
Nicholas la hizo atravesar las puertas doradas de la impresionante tienda frente a la cual se habían detenido, pero una vez dentro, la abandonó para irse a conversar con una esbelta mujer mayor que parecía esperarlo.
-Mariah te elegirá la ropa -dijo volviendo al rato-. No cuestiones su elección. Sabe lo que quiero.
Y con fría seguridad se marchó. Miley lo vio irse perpleja. ¿Qué había hecho para merecer ese tratamiento tan frío? Ser Miley Cyrus, decidió tristemente. Torpe, indiscreta y vergonzosamente emocional. Tres fallos que Nicholas nunca podría aceptar.
La tarde siguiente, Miley se echó una mirada de duda en el espejo del dormitorio. No se reconocía. El traje de chaqueta azul exponía mucho más de lo que ella estaba acostumbrada a mostrar. La camiseta de seda que llevaba debajo dejaba ver el nacimiento de sus senos, y los zapatos de finísimo tacón y elegantes tiras tenían una altura peligrosa que le dificultaba un poco el caminar.
El teléfono junto a su cama sonó.
-Quiero verte en el salón dentro de diez minutos -pronunció Nicholas secamente.
-¡Caramba! Casi no me encuentras. Me iba a casa de Liam -le confió alegremente.
Colgó el auricular y salió de la habitación.
-Me va a costar un poco dominar estos tacones -anunció al entrar al salón y tropezar en la entrada, por lo que tuvo que agarrarse del pomo de la puerta para recuperar el equilibrio.
Nicholas, que se llevaba una copa de brandy a los labios, se quedó petrificado. Miley también. El llevaba una chaqueta blanca que le quedaba como un guante. El color claro le acentuando la exótica combinación de piel dorada, ojos oscuros y pelo negro. Resultaba tan devastadoramente atractivo que Miley se quedó boquiabierta.
Y por algún motivo Nicholas también se la quedó mirando. De repente, se sintió incómoda y mortificada por haberlo mirado de ese modo.
-¿Tardaremos mucho? No quiero que Liam se vaya.
-Dío mío. Dudo que se vaya si te ve -los brillantes ojos le recorrieron la silueta, desde la camiseta de seda hasta las torneadas piernas, que por primera vez mostraba fuera del gimnasio.
-¡Esa imbécil! -exclamó abruptamente- ¡Tienes aspecto de prostituta de lujo! ¡El escote es demasiado pronunciado! ¡La falda es muy corta!
Sorprendida y mortificada, Miley lo miró.
-La falda me llega casi a la rodilla...
-Totalmente inapropiado para Anton, y menos todavía para hacerle la colada a Liam -concluyó Nicholas, mascullando.
-Quería que viera mi nuevo aspecto -dijo Miley, desilusionada como un niño al que le han pinchado el globo.
Nicholas elevó una ceja azabache, logrando que se sintiese avergonzada de desear que Liam le echase una mirada y se diese cuenta de que ella era la mujer para él.
De repente se sintió agradecida de que Nicholas se lo hubiese dicho. No quería que Liam creyese que estaba intentando conquistarlo. Eso podría arruinar su amistad para siempre y hacer que huyera de ella. Se pondría su ropa antigua y quitaría el maquillaje.
-Vendrá un joyero a traernos una selección de anillos de compromiso. Podrás quedarte con lo que elijas.
-No. Cuando reciba un verdadero anillo de compromiso quiero que sea el primero. Consideraré a éste un préstamo.
Cuando el joyero llegó, Miley estaba encogida en el sofá, deseando poder haber ido a cambiarse. Si Nicholas decía que estaba demasiado insinuante, seguro que tendría razón. Se avergonzaba de no haberse dado cuenta ella. Sin embargo, había visto montones de chicas perfectamente respetables con ropa parecida.
-Elige -dijo Nicholas en el tenso silencio.
-Los diamantes son muy fríos -suspiró Miley-. Las perlas y los ópalos traen mala suerte. Hay gente que dice que el verde tampoco es demasiado afortunado. No sé nada de los rubíes, pero...
-Entonces, elige un rubí.
-Los rubíes representan amor apasionado -dijo en tono de disculpa-. Creo que mejor será elegir un diamante.
Nicholas respiró profundo y eligió la sortija de diamantes más opulenta.
-Nos quedamos con éste.
Era tan grande, que parecía sacada de una bolsita de chucherías de cumpleaños. Miley se sintió aliviada de que no le gustase el anillo. Así podían mantener todo a un nivel impersonal.
En cuanto el joyero le midió el dedo, Miley se puso de pie.
-¿Me puedo ir ahora?
-Cuando quieras -dijo Nicholas ácidamente.
Treinta minutos más tarde, Miley llamaba a la puerta de Liam. Un desconocido le abrió la puerta.
-¿Buscas a Liam? -preguntó amable.
Miley asintió.
-Trabajamos juntos. Me dijo que usase su piso mientras él está en Nueva York.
-¿Nueva York? -dijo Miley en tono tembloroso, segura de haber oído mal.
-Un traslado temporal. Se lo ofrecieron ayer. Una oportunidad como ésa no se puede desperdiciar, así que se fue esta mañana.
-¿Cuánto tiempo crees que estará fuera? -preguntó Miley, azorada.
-Creo que un par de meses.

4

-El señor Jonas la espera -informó Fisher con urgencia contenida.
Miley acomodó a Spike en su canasta con los ojos llenos de lágrimas.
-La cocinera se llevará a Spike .a la cocina todos los días. A ella no le tiene miedo -le dijo el mayordomo amablemente-. Si nos deja, lo mimaremos todo lo posible.
Asintió sin hablar, por temor a que se le escaparan las lágrimas. Miró la pecera, donde Nicholas y su compañera Milly nadaban cada uno en su territorio. Un poco como ella y Nicholas, pensó con tristeza. Vivía en su casa pero apenas si lo veía.
-Llevaré la pecera a la cocina también -prometió Fisher.
-Les hablo todos los días.
-La cocinera habla como una cotorra, no se preocupe.
Nicholas se paseaba por la entrada impaciente, elegante con su traje ligero. La miró con brillantes ojos interrogantes.
-Perdona por hacerte esperar.
Nicholas se tomó su tiempo mirándola y Miley se alisó nerviosa la falda de su moderno vestido verde.
-¿Qué le has hecho?
-Le he alargado el bajo. Necesitaba algo con que ocuparme anoche. A Liam lo han enviado a Nueva York por un tiempo... ni siquiera le pude decir adiós.
-La pequeñas crueldades de la vida refuerzan el carácter -dijo Nicholas con sorprendente falta de consideración, guiándola hacia la puerta de salida-. Ahora, cuando estés en España, no tendrás la distracción de pensar que Liam se ha quedado en Londres.
-Supongo que no... Y es una gran oportunidad para él. Su jefe lo ha de tener en gran estima, si le ofrece una oportunidad así -comentó, esbozando una valerosa sonrisa.
Una vez en la limusina Nicholas se dio vuelta hacia ella.
-Tienes sombra verde en un ojo y azul en el otro.
-¿Se nota?
-Mucho.
Miley asintió, tomó un pañuelo de papel y se quitó la sombra sin mirarse al espejo. Luego sacó una novela y se puso a leer. La idea se le había ocurrido la noche anterior. Si metía la nariz en un libro, no lo forzaría a hablar con ella.



Una hora y media más tarde subía por las escalerillas de su jet privado sin tratar de disimular su excitación.
-Nunca he viajado en avión -le comentó a la azafata- ¡Tampoco he estado en el extranjero!
-¡Siéntate y compórtate como una adulta! -le ladró Nicholas en el oído por detrás.
Enrojeciendo, Miley se dejó caer en el asiento más próximo.
-Tú te sientas conmigo -dijo Nicholas con aspecto de estar haciendo un esfuerzo por controlarse. Miley se preguntó qué habría hecho mal. No le había hablado ni una vez, y había supuesto que él estaría encantado de poder olvidar que ella existía. Charló amigablemente con el chófer y con esa señora tan agradable en el aeropuerto. Y en vez de apreciar que no lo obligase a salir de su reserva natural, Nicholas se había ido poniendo más y más tenso.
-¿Por qué te molestas?
-Te haces amiga de todo el mundo. No tienes ni dignidad ni escrúpulos. Le contaste al chófer lo de Liam...
-Y él me contó del divorcio de su hija.
-Exacto. Es un empleado. ¡Yo ni siquiera sabía que tenía una hija! -acusó Nicholas, mientras el sonido de los motores del avión se hacía más agudo y el jet comenzaba a deslizarse por la pista.
Miley se puso pálida y se aferró a los brazos de su asiento con los nudillos blancos.
-¡Dios Santo! ¡Me siento mal... tengo miedo... no quiero ir a ningún sitio! -gritó de repente, soltándose el cinturón de seguridad e intentando ponerse de pie.
Una mano la retuvo en el asiento. Mientras ella intentaba recuperar el aliento, Nicholas le vio la cara de pánico y pasándole los delgados dedos por el cabello, la sujetó con fuerza y la besó.
Miley se olvidó de que estaba a bordo de un jet. Se olvidó que tenía miedo. Incluso se olvidó que le tenía miedo a él. Alelada, sintió el duro calor de su boca separándole los labios. Como un rayo que le explotara dentro, el beso le encendió una hoguera que le consumió todos los pensamientos sensatos. Sin darse cuenta, se aferró a él. Cuando la punta de su experta lengua le invadió, la húmeda dulzura de la boca, se estremeció como si la sacudiese un vendaval y le entrelazó los dedos en el sedoso pelo.
Su beso sabía tan bien que quería hundirse en él y perderse para siempre en la seductora marea de la sensación física que la asaltaba. Urgencia y energía se acumularon en su interior, luchando por escapar. Apenas probó la tentación, sucumbió a ella.
Sin previo aviso, Nicholas se separó de golpe, tomándola de los brazos para alejarla. Miley abrió los ojos, pestañeó y enfocó la mirada en el brillo febril de sus oscuros ojos. No podía ver su enfado, pero podía sentirlo en el tenso ambiente.
-¿Eso también lo he hecho mal? -preguntó, tratando de convencerse de que Nicholas Jonas la había besado. 

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