domingo, 12 de agosto de 2012

Je Souhaite Cinderella Cap.6


Un entrenador. Miley se imaginó un sargento de infantería, una masa de músculos que le gritaría órdenes salpicadas de insultos. O quizás el entrenador era alguien agradable que la hiciera trabajar poco a poco. Trató de imaginarse a Nicholas contratando a alguien agradable. La esperanza se desvaneció rápidamente. El entrenador sería duro e impío. Después de todo Nicholas la había llamado perezosa.
Despertó a Spike y lo llevó a un patio cerrado que había visto al llegar la noche anterior al final del pasillo, cuando Nicholas la había puesto en manos de Fisher, el mayordomo, como si hubiera sido un paquete.
Cuando Spike hizo sus necesidades, volvió al dormitorio a darse una ducha. ¿Ropa adecuada? Un pantalón suelto y una camiseta talla extra grande eran lo único que tenía. Le hacían parecer igual de ancha que alta. ¿Una esbelta Miley? ¿Y si la gimnasia funcionaba? Se imaginó a Liam reconociéndola como un miembro del sexo opuesto.
El estómago le hacía ruido de hambre. Estaba por ir a la cocina cuando un discreto golpe sonó en la puerta.
Fisher apareció portando una bandeja con un gran vaso lleno de un líquido gris verdoso.
-Ayer la señorita Stevens le mandó su plan de régimen por fax a la cocinera -le explicó-. Creo que ésta es su propia receta para un cóctel energético matinal.
-Oh... -sorprendida, aceptó el vaso. ¿Plan de régimen? Estaba dispuesta a hacer ejercicio, pero hacer dieta... ¿Y quién era esa señorita que Fisher mencionaba?
-¿La señorita Stevens? –preguntó
-Gilda Stevens, la entrenadora -explicó Fisher inexpresivo-. Las instrucciones concernientes a sus menús fueron de lo más precisas.
Conque su entrenador era una mujer. Miley bebió la mezcla. Sabía a agua de fregar, pero intentando no poner cara de asco, se lo tomó todo, esperando que Fisher le dijese cuándo era el desayuno.
-El señor Jonas la espera en el gimnasio en cinco minutos -le informó el mayordomo retirándose.
-¿Y el desayuno? ¿Es más tarde?
-Ese era el desayuno, señorita Cyrus.
Al ver su cara atónita, Fisher miró hacia otro lado.
-¿Esto es todo lo que puedo tomar en esa dieta?
Fisher asintió con la cabeza, y luego le dijo cómo llegar al gimnasio. Al pasar, vio magníficos cuadros y hermosas alfombras. No la sorprendió entrar a un gimnasio fantástico lleno de los más modernos aparatos.
Al final de la espaciosa habitación, Nicholas, apoyado contra una moderna máquina de tortura, charlaba con una morena. Probablemente Gilda Stevens, que vestía menos ropa de la que Miley usaba para dormir. Una camiseta mínima le cubría apenas el delicado busto y pantalones cortos apretados como una segunda piel le marcaban las increíblemente delgadas caderas. Cada centímetro de lo que quedaba al descubierto estaba bronceado y suave como la seda.
¿Por qué tenía que ser tan guapa? Miley se preguntó ante la inevitable comparación.
-No te quedes ahí -dijo Nicholas, que llevaba un traje oscuro- Gilda me ha hecho el favor de ocuparse personalmente de ti.
La morena la estudió con ojos críticos mientras se aproximaba. Nicholas se giró también y sus cejas se arquearon al verle el aspecto.
-¿No tenías nada más adecuado que ponerte?
-Miley probablemente se sienta incómoda con ropa más insinuante. Lo he visto otras veces. Por suerte la dieta y el ejercicio pueden hacer milagros...
-Mirad, no soy una cosa sobre la que podáis discutir como si no existiese...
-Ya te mandaré un equipo -dijo Nicholas, sus oscuros rasgos con expresión distante mientras se retiraba.
Gilda la evaluó de la cabeza a los pies con sus ojos azules y acuosos y sin pensar lo que hacía, Miley corrió tras Nicholas. De repente, sentía que era su único amigo.
-¡Nicholas! -lo alcanzó en la puerta y susurró- Nicholas, ésa no es una mujer normal. De costado es como una tabla. No sabía que alguien podía ser tan flaco sin morirse. Por supuesto que le debo parecer enorme, pero yo no puedo evitar haber nacido así.
Después de una pausa atónita, Nicholas echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas.
-No le veo la gracia -dijo Miley mortificada-. Cuando me dijiste que tenía que trabajar duro no mencionaste ni la dieta ni que me pondrías a cargo de un bicho palo. ¿Has visto cómo me ha mirado? Como si yo fuese un elefante.
Nicholas se apoyó contra la pared tratando de contener las carcajadas.
-Es el trato, Miley. Gilda es famosa por sus resultados.
-Tengo hambre -murmuró Miley, pero se dio cuenta de que no le podía quitar los ojos de encima. Al relajársele la cara con la risa y perder el aura de superioridad que siempre lo rodeaba, era otro hombre. Tenía una atractivo increíble, reconoció, mirando incómoda la pared.
-Mala suerte. Si no se sufre, no se gana.
-¿Alguna vez has estado a dieta?
-No lo necesito. Soy demasiado disciplinado para cometer excesos.
Miley retiró la mirada del perfil digno de un escultor griego y miró al suelo.
-¡No hagas eso, siempre me enerva! ¡Mírame cuando te hablo!
La sorprendió que se hubiese dado cuenta de que nunca lo miraba a los ojos, pero levantó la vista y la pétrea mandíbula se relajó un poco antes de que Nicholas que diera vuelta para irse.
-Miley... mejor será que empecemos -llamó Gilda Stevens-. Comenzaremos por pesarte.



-Hasta mañana -dijo Gilda.
Boca abajo en la colchoneta, cubierta de sudor, Miley trató de asentir con la cabeza, pero ni pudo hacer ese movimiento.
-Estás fuera de forma -suspiró su verdugo mientras se iba-. Pero ahora que te he dado los ejercicios, podrás seguir por tu cuenta todos los días.
Todos los días. Miley contuvo un quejido, pero se forzó a sonreír agradecida. Gilda era dura y no tenía ni un ápice de sentido del humór, pero había trabajado con ella incansablemente para conseguir que hiciese todos los ejercicios con corrección. Horriblemente incansable.
Al quedarse sola, Miley se quedó dormida, pero unos pasos la despertaron. Levantó la cabeza y vio los brillantes zapatos de Fisher.
-¿Dónde quiere comer?
-Aquí está bien.
Le puso la bandeja en el suelo. Un plato lleno de ensalada verde y verduras crudas apareció a su lado.
-Nunca me ha gustado la ensalada.
-Es una dieta desintoxicante, creo -comentó Fisher-. A media tarde le toca un pomelo entero.
La papilas gustativas de Miley tuvieron un escalofrío, pero tenía tanta hambre que mordisqueó un tallo de apio.
-Me gustan los carbohidratos, la pasta, la carne, la tarta de chocolate...
Un par de zapatos italianos hechos a mano apareció en su campo visual.
-Pero no puedes hacer trampa.
-Pensé que estabas en el banco -dijo Miley acusadoramente.
-Mi intención es controlar este proyecto. Y por suerte he venido, porque Gilda se ha ido y aquí estás, tirada sin hacer nada como si estuvieras de vacaciones.
-¡Me siento tan débil que no me puedo mover!
Nicholas se puso de cuclillas a su lado con agilidad.
-He mirado tu examen médico del banco. Estás en perfectas condiciones físicas. No hay motivos por los que no puedas seguir un programa para ponerte en forma -los oscuros ojos la asaltaron como un choque frontal-. ¿Por qué no te pusiste la ropa que te mandé?
Parecía todo tan pequeño que no le había dado la gana hacer el esfuerzo de ponérselo frente a Gilda.
-Necesito comer para tener energía.
Nicholas le dirigió una fría mirada de reproche.
-Tienes la actitud equivocada. Antes de empezar, ya te das por vencida, y por eso, ni lo intentas.
-Seguiré el programa... ¿Vale?
-No, no me vale. Quiero que te comprometas un ciento cinco por ciento -Nicholas la estudió con intensidad fulminante, la mandíbula rígida-. Recuerda lo que esto me cuesta. La suma total de tus deudas era considerable. Si no lo has entendido hasta ahora, entiéndelo de una vez. Te lo tienes que ganar.
Miley palideció y no pudo sostenerle la mirada.
-Yo... Yo...
-Si empiezas a flaquear, me tendrás aquí tomándote el tiempo. Y si te parece que Gilda es dura, es que no sabes lo que es bueno.



-¡Qué alegría verte! -exclamó Liam esa tarde, levantándole la moral cuando llegó a su casa.
Tímidamente se retiró el flequillo de los ojos y le sonrió.
Alto, delgado y rubio, Liam respondió con un amistoso puñetazo en el hombro y le mostró la cocina.
-Unos amigos se quedaron un par de días. ¡Mira qué desastre me han dejado! -se quejó.
-Te lo arreglo en un periquete -le dijo Miley con entusiasmo.
Cuando salía, Liam la miró y frunció las cejas. Haciendo una pausa en la puerta, la miró.
-¿Te has hecho algo en el pelo o cambiado el maquillaje?
-No, no llevo maquillaje -se envaró Miley.
-Debe ser el color de tus mejillas. Casi diría que estás bonita. 

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