Un entrenador. Miley se imaginó un sargento de infantería, una
masa de músculos que le gritaría órdenes salpicadas de insultos. O quizás el
entrenador era alguien agradable que la hiciera trabajar poco a poco. Trató de
imaginarse a Nicholas contratando a alguien agradable. La esperanza se
desvaneció rápidamente. El entrenador sería duro e impío. Después de todo
Nicholas la había llamado perezosa.
Despertó a Spike y lo llevó a un patio cerrado que había visto
al llegar la noche anterior al final del pasillo, cuando Nicholas la había
puesto en manos de Fisher, el mayordomo, como si hubiera sido un paquete.
Cuando Spike hizo sus necesidades, volvió al dormitorio a darse
una ducha. ¿Ropa adecuada? Un pantalón suelto y una camiseta talla extra grande
eran lo único que tenía. Le hacían parecer igual de ancha que alta. ¿Una
esbelta Miley? ¿Y si la gimnasia funcionaba? Se imaginó a Liam reconociéndola
como un miembro del sexo opuesto.
El estómago le hacía ruido de hambre. Estaba por ir a la
cocina cuando un discreto golpe sonó en la puerta.
Fisher apareció portando una bandeja con un gran vaso lleno de
un líquido gris verdoso.
-Ayer la señorita Stevens le mandó su plan de régimen por fax
a la cocinera -le explicó-. Creo que ésta es su propia receta para un cóctel
energético matinal.
-Oh... -sorprendida, aceptó el vaso. ¿Plan de régimen? Estaba
dispuesta a hacer ejercicio, pero hacer dieta... ¿Y quién era esa señorita que Fisher
mencionaba?
-¿La señorita Stevens? –preguntó
-Gilda Stevens, la entrenadora -explicó Fisher inexpresivo-.
Las instrucciones concernientes a sus menús fueron de lo más precisas.
Conque su entrenador era una mujer. Miley bebió la mezcla.
Sabía a agua de fregar, pero intentando no poner cara de asco, se lo tomó todo,
esperando que Fisher le dijese cuándo era el desayuno.
-El señor Jonas la espera en el gimnasio en cinco minutos -le
informó el mayordomo retirándose.
-¿Y el desayuno? ¿Es más tarde?
-Ese era el desayuno, señorita Cyrus.
Al ver su cara atónita, Fisher miró hacia otro lado.
-¿Esto es todo lo que puedo tomar en esa dieta?
Fisher asintió con la cabeza, y luego le dijo cómo llegar al
gimnasio. Al pasar, vio magníficos cuadros y hermosas alfombras. No la
sorprendió entrar a un gimnasio fantástico lleno de los más modernos aparatos.
Al final de la espaciosa habitación, Nicholas, apoyado contra
una moderna máquina de tortura, charlaba con una morena. Probablemente Gilda
Stevens, que vestía menos ropa de la que Miley usaba para dormir. Una camiseta
mínima le cubría apenas el delicado busto y pantalones cortos apretados como
una segunda piel le marcaban las increíblemente delgadas caderas. Cada
centímetro de lo que quedaba al descubierto estaba bronceado y suave como la
seda.
¿Por qué tenía que ser tan guapa? Miley se preguntó ante la
inevitable comparación.
-No te quedes ahí -dijo Nicholas, que llevaba un traje oscuro-
Gilda me ha hecho el favor de ocuparse personalmente de ti.
La morena la estudió con ojos críticos mientras se aproximaba.
Nicholas se giró también y sus cejas se arquearon al verle el aspecto.
-¿No tenías nada más adecuado que ponerte?
-Miley probablemente se sienta incómoda con ropa más
insinuante. Lo he visto otras veces. Por suerte la dieta y el ejercicio pueden
hacer milagros...
-Mirad, no soy una cosa sobre la que podáis discutir como si
no existiese...
-Ya te mandaré un equipo -dijo Nicholas, sus oscuros rasgos
con expresión distante mientras se retiraba.
Gilda la evaluó de la cabeza a los pies con sus ojos azules y
acuosos y sin pensar lo que hacía, Miley corrió tras Nicholas. De repente,
sentía que era su único amigo.
-¡Nicholas! -lo alcanzó en la puerta y susurró- Nicholas, ésa
no es una mujer normal. De costado es como una tabla. No sabía que alguien
podía ser tan flaco sin morirse. Por supuesto que le debo parecer enorme, pero
yo no puedo evitar haber nacido así.
Después de una pausa atónita, Nicholas echó la cabeza hacia
atrás y estalló en carcajadas.
-No le veo la gracia -dijo Miley mortificada-. Cuando me
dijiste que tenía que trabajar duro no mencionaste ni la dieta ni que me
pondrías a cargo de un bicho palo. ¿Has visto cómo me ha mirado? Como si yo
fuese un elefante.
Nicholas se apoyó contra la pared tratando de contener las
carcajadas.
-Es el trato, Miley. Gilda es famosa por sus resultados.
-Tengo hambre -murmuró Miley, pero se dio cuenta de que no le
podía quitar los ojos de encima. Al relajársele la cara con la risa y perder el
aura de superioridad que siempre lo rodeaba, era otro hombre. Tenía una
atractivo increíble, reconoció, mirando incómoda la pared.
-Mala suerte. Si no se sufre, no se gana.
-¿Alguna vez has estado a dieta?
-No lo necesito. Soy demasiado disciplinado para cometer
excesos.
Miley retiró la mirada del perfil digno de un escultor griego
y miró al suelo.
-¡No hagas eso, siempre me enerva! ¡Mírame cuando te hablo!
La sorprendió que se hubiese dado cuenta de que nunca lo
miraba a los ojos, pero levantó la vista y la pétrea mandíbula se relajó un
poco antes de que Nicholas que diera vuelta para irse.
-Miley... mejor será que empecemos -llamó Gilda Stevens-.
Comenzaremos por pesarte.
-Hasta mañana -dijo Gilda.
Boca abajo en la colchoneta, cubierta de sudor, Miley trató de
asentir con la cabeza, pero ni pudo hacer ese movimiento.
-Estás fuera de forma -suspiró su verdugo mientras se iba-.
Pero ahora que te he dado los ejercicios, podrás seguir por tu cuenta todos los
días.
Todos los días. Miley contuvo un quejido, pero se forzó a sonreír
agradecida. Gilda era dura y no tenía ni un ápice de sentido del humór, pero
había trabajado con ella incansablemente para conseguir que hiciese todos los
ejercicios con corrección. Horriblemente incansable.
Al quedarse sola, Miley se quedó dormida, pero unos pasos la
despertaron. Levantó la cabeza y vio los brillantes zapatos de Fisher.
-¿Dónde quiere comer?
-Aquí está bien.
Le puso la bandeja en el suelo. Un plato lleno de ensalada
verde y verduras crudas apareció a su lado.
-Nunca me ha gustado la ensalada.
-Es una dieta desintoxicante, creo -comentó Fisher-. A media
tarde le toca un pomelo entero.
La papilas gustativas de Miley tuvieron un escalofrío, pero
tenía tanta hambre que mordisqueó un tallo de apio.
-Me gustan los carbohidratos, la pasta, la carne, la tarta de
chocolate...
Un par de zapatos italianos hechos a mano apareció en su campo
visual.
-Pero no puedes hacer trampa.
-Pensé que estabas en el banco -dijo Miley acusadoramente.
-Mi intención es controlar este proyecto. Y por suerte he
venido, porque Gilda se ha ido y aquí estás, tirada sin hacer nada como si
estuvieras de vacaciones.
-¡Me siento tan débil que no me puedo mover!
Nicholas se puso de cuclillas a su lado con agilidad.
-He mirado tu examen médico del banco. Estás en perfectas
condiciones físicas. No hay motivos por los que no puedas seguir un programa
para ponerte en forma -los oscuros ojos la asaltaron como un choque frontal-.
¿Por qué no te pusiste la ropa que te mandé?
Parecía todo tan pequeño que no le había dado la gana hacer el
esfuerzo de ponérselo frente a Gilda.
-Necesito comer para tener energía.
Nicholas le dirigió una fría mirada de reproche.
-Tienes la actitud equivocada. Antes de empezar, ya te das por
vencida, y por eso, ni lo intentas.
-Seguiré el programa... ¿Vale?
-No, no me vale. Quiero que te comprometas un ciento cinco por
ciento -Nicholas la estudió con intensidad fulminante, la mandíbula rígida-.
Recuerda lo que esto me cuesta. La suma total de tus deudas era considerable.
Si no lo has entendido hasta ahora, entiéndelo de una vez. Te lo tienes que
ganar.
Miley palideció y no pudo sostenerle la mirada.
-Yo... Yo...
-Si empiezas a flaquear, me tendrás aquí tomándote el tiempo.
Y si te parece que Gilda es dura, es que no sabes lo que es bueno.
-¡Qué alegría verte! -exclamó Liam esa tarde, levantándole la
moral cuando llegó a su casa.
Tímidamente se retiró el flequillo de los ojos y le sonrió.
Alto, delgado y rubio, Liam respondió con un amistoso puñetazo
en el hombro y le mostró la cocina.
-Unos amigos se quedaron un par de días. ¡Mira qué desastre me
han dejado! -se quejó.
-Te lo arreglo en un periquete -le dijo Miley con entusiasmo.
Cuando salía, Liam la miró y frunció las cejas. Haciendo una
pausa en la puerta, la miró.
-¿Te has hecho algo en el pelo o cambiado el maquillaje?
-No, no llevo maquillaje -se envaró Miley.
-Debe ser el color de tus mejillas. Casi diría que estás
bonita.
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