Mientras se deslizaba deprisa entre las mesas de la cafetería,
Miley comenzó a llenar una bandeja. Estaba tan cansada que sentía que las
rodillas se le aflojaban cada vez que se quedaba quieta. Enjugándose la frente
con el dorso de la mano, cargó con la pesada bandeja. Al enderezarse no pudo
evitar ver al hombre que le tapaba la visión del resto de la cafetería. Se
quedó petrificada.
Nicholas Jonas se hallaba a dos metros de distancia, emanando
la tranquilidad que siempre la intimidaba. El elegante banquero arqueó una ceja
al verle el aspecto descuidado y el manchado delantal.
¿Cómo sabía que trabajaba allí? ¿Y ahora, qué quería?
¿Pero en realidad se había creído que Nicholas aceptaría su
negativa? Cuando una persona como él elegía un objetivo, hacía todo lo que
estuviera en sus manos para conseguirlo. Debería sentirle lástima, se dijo. No
sabía comportarse de otra forma.
-¿Y nuestro pedido? -reclamó una voz exasperada.
-¡Ya va, ya va! -prometió Miley desesperada. Salió corriendo
sin mirar por dónde iba.
Una bolsa que sobresalía debajo de una mesa fue la que causó
el desastre. Miley se tropezó con ella y la bandeja se le disparó de las manos
húmedas de sudor. Horrorizada, miró cómo los restos de café, los trozos de
comida, las servilletas arrugadas, las tazas y los platos volaban en todas
direcciones como torpedos. El ruido de vajilla rota fue casi superado por el de
las exclamaciones de los clientes que trataban es huir de la debacle.
Se hizo un silencio mortal y Miley, murmurando disculpas, se
agachó a recoger la bandeja, pero el dueño se la quitó de las manos
temblorosas.
-¡Estás despedida! -le susurró al oído-. Ayer te di tu última
oportunidad.
Miley se fue a la trastienda, lágrimas de mortificación
llenándole los ojos. Allí se quitó el delantal y agarró la chaqueta y el bolso.
-No vales para este tipo de trabajo -le dijo el dueño apenado,
metiéndole unos billetes en el bolso.
Al salir, un coche deportivo largo y elegante la esperaba. El
cristal del conductor descendió y Nicholas la miró con cara de interrogación.
-¡Fue por culpa tuya que tirase la bandeja! ¡Me echaste mal de
ojo! -lo acusó Miley.
-Si no hubieras estado tan ocupada tratando de ignorarme, no
habría sucedido.
-¡Te odio! -dijo, mirándolo con rabia-. Siempre te crees que
tienes razón.
-Generalmente la tengo -dijo sin alterarse.
-Con respecto a engañar a Anton, no.
Comenzó a caminar, sintiendo un nudo en la garganta. Anton se
moría, y ella iba a acabar enjuiciada como un criminal. Su día no podía ser
peor.
-¡Súbete al coche! -dijo Nicholas.
A unos metros había un coche de la policía, así que cruzó
hacia la parada del autobús.
-Sube... al... coche -insistió Nicholas, bajándose del coche,
una masa enorme de hombre.
Un policía cruzó la calle.
-¿Hay algún problema?
-Este hombre no me deja en paz.
-¿La estaba persiguiendo, señor? -el policía miró el opulento
coche y el elegante traje gris con sos-pecha.
-¡Ahí viene mi autobús!
-Me temo que tendremos que ir a la comisaría a aclarar esta
cuestión -informó el policía, mientras enviaba la matrícula de Nicholas por
radio.
-¡Aclárala tú! -ordenó Nicholas con frialdad. Miley pestañeó y
se le subieron los colores.
-Ah, lo que usted cree es que... por Dios hombre, ¿Cómo iba a
querer molestarme de esa manera? Quiero decir... nunca se le ocurriría mirarme
de esa forma...
-Entonces, ¿Qué hacía el caballero? -preguntó el policía con
cansada paciencia.
-Quería llevarme a casa, pero no nos poníamos de acuerdo
-explicó Miley, tan avergonzada que no se atrevía a mirar a ninguno de los dos
¿el policía creía que Nicholas la perseguía con intenciones deshonestas?
-Y ahora va a ser sensata y meterse en el coche -dijo Nicholas
con determinacíón.
Miley dio la vuelta al coche y entró en él.
-No es culpa mía que el policía creyese que me estabas
haciéndo proposiciones -murmuró, avergonzada.
-Lo que pensaba es que yo era tu chulo -afirmó Nicholas,
furioso.
Miley se sentó en el lujoso asiento, decidiendo que lo mejor
era callarse. Coche lujoso, traje lujoso... en esta zona en especial, era
lógico que el poli sospechara.
-¿Cómo te atreves a hacerme pasar semejante vergüenza?
-masculló Nicholas, arrancando el coche.
-Perdón, pero me estabas molestando.
-¿Yo...molestandote a... ti?
Miley reflexionó adormilada que no era extraño que le
resultase difícil de aceptar. Estaba acostumbrado que lodo el mundo le lamiera
los zapatos, comenzando por las mujeres, a quienes él consideraba juguetes de
usar y tirar, inmediatamente reemplazados por otros nuevos y mejores.
Nicholas la sacudió para despertarla.
-Las mujeres no se suelen dormir en mi compañía.
-No me gustas -murmuró Miley semi dormida despertando de golpe
al oír sus propias palabras.
-Mejor, así no se te ocurrirán ideas raras cuando estemos en
España, ¿no?
-No me voy a España.
-Entonces le podrás mandar a Anton simpáticas postales de la
cárcel que pongan: «Me alegro de que no estés aquí»
-Quizás debiéramos discutirlo un poco -dijo Miley con voz
trémula, el estómago hecho un nudo.
-Me parece que sí, porque una patrona enfurecida apareció
cuando golpeé la puerta de tu apartamento y un perro se puso a ladrar
enfurecido.
-¡Oh, no! -dijo Miley horrorizada-. ¡Oyó a Spike y ahora sabe
que está allí!
-Y como no se permiten animales... -Nicholas exhaló un
exagerado suspiro-. Me parece que será cuestión de deshacerte del perro o
buscarte otro apartamento,
-¿Por qué habrás golpeado la puerta? El pobre Spike estará
muerto de miedo. Normalmente es de lo más silencioso.
-Me parece que España te llama -susurró Nicholas-. La vida
podría ser tan distinta... sin deudas... sin jueces desagradables... Anton
feliz como un niño con zapatos nuevos y tú feliz sabiendo que le das la mejor
noticia de su vida. ¿Te parece mal? No creo que algo que le pueda causar placer
a Anton en este difícil momento de su vida pueda estar mal.
Se lo quedó mirando como hipnotizada. Era tan inteligente, tan
listo al encontrar el momento preciso para decir las cosas. Ahí estaba ella, a
punto de que le echaran a la calle porque deshacerse de Spike era impensable, y
una versión viva y coleando del diablo le presentaba la tentación sin atisbo de
vergüenza.
-No podría...
-Claro que podrías -la contradijo Nicholas suavemente-.
Podrías hacerlo por Anton.
Los labios le temblaron al pensar que nunca, nunca más vería a
Anton.
-Mi perro, Spike...
-Tu perro puede venir también. Te llevas lo imprescindible y
mandaré a alguien para que recoja el resto mañana.
Nicholas se bajó del coche y dio la vuelta para abrirle la
portezuela.
-¡Venga -urgió.
Y Miley se encontró haciendo lo que éÍ decía, sin fuerzas para
luchar. «Una mentira piadosa», era como Nicholas la había llamado. El simulacro
de un compromiso para alegrarle los últimos días a Anton. Quizás mentir no era
siempre malo...
La patrona salió de su piso al oírlos entrar. En cuanto
comenzó a protestar, Nicholas le puso un fajo de billetes en la mano.
-La señorita Cyrus deja el apartamento. Espero que esto cubra
lo que le debe.
El teléfono junto a su cama sonó horriblemente cer- ca y
pasaron unos segundos hasta que Miley se diera cuenta de que no estaba en su
casa, sino en la de Nicholas Jonas. Su mirada cayó sobre la maleta abierta. El
teléfono volvió a sonar. Esta vez, agarró el auricular.
-¿Hola? -dijo nerviosa.
-Levántate, Miley -sonó la profunda voz de Nicholas,
haciéndola sentarse de golpe en la cama-. Son las seis y media. Te quiero en el
gimnasio vestida adecuadamente y totalmente despierta a las ocho.
-¿El gimnasio? -se sorprendió Miley al enterarse de que tenía
que levantarse antes de las siete, particularmente un sábado. Spike todavía
dormía tranquilo en su cesta.
-He contratado a un entrenador para que te ponga en forma
-terminó Nicholas secamente y colgó.
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