lunes, 13 de agosto de 2012

Je Souhaite Cinderella Cap.8


Miley lo estudió con sus enormes ojos color violeta. Vestido, intimidaba, pero semidesnudo era... era... impresionante. En el instante en que ese pensamiento se le ocurrió, se ruborizó de mortificación y miró a otro lado, aterrorizada de que él pudiera leerle en la cara lo que pensaba, pero mentalmente lo seguía viendo. Anchos hombros morenos, delgados músculos flexionándose bajo la suave piel, un magnífico torso con vello rizado sombreándole apenas los pectorales y un estómago duro y plano como una tabla. Una ola de extraño calor se inició en el estómago de Miley y bajó hacia un sitio infinitamente más íntimo. La boca se le quedó seca y no sabía lo que le pasaba. Asustada por su aparición y muerta de vergüenza porque la había pillado, Miley abrió la boca para explicarse, pero un sollozo ahogado se escapó de sus labios.
-¡Porca miseria! No puede ser que tengas tanta hambre.
Miley se levantó del suelo y se enderezó, dispuesta a irse, e intentando dominar sus emociones. No supo interpretar el silencio que siguió, sólo se lo imaginó conteniendo la lengua para no hacerla llorar. Nunca había sido una llorona, pero él siempre la hacía sentirse rara, inútil y boba.
-¡Madre di Dio! -pronunció Nicholas Jonas con incredulidad- ¡Tienes un cuerpo digno de las páginas centrales de una revista para hombres!
Miley se quedó tan sorprendida, que se giró a mirarlo y conectó con los atónitos ojos oscuros, ocupados en una valoración íntima de su cuerpo semi vestido. Al darse cuenta de que sólo llevaba un ajustado pijama de pantalón corto, Miley enrojeció ante el escrutinio tan atrevido y cruzó los brazos.
-¡No! -exclamó Nicholas, hipnotizado por la orgullosa curva de los generosos pechos que la camiseta de algodón revelaba claramente.
Su mirada se detuvo en la pequeñísima cintura, y pareció resultarle imposible mantener la distancia, porque dio dos pasos y se acercó, haciéndola darse vuelta con una mano impaciente. Como alguien a quien le resulta imposible creer lo que ve, observó la femenina curva de sus caderas y la sorprendente longitud de sus torneadas piernas.
-Suponía que eras gorda. Pensé que escondías multitud de pecados bajo esas ropas informes. ¡Ni sabía que tenías cintura! Y Dio, todo el tiempo, todo el tiempo -repitió Nicholas con voz ahogada- lo que cubrían era unas curvas de las que hacen fantasear a los adolescentes por la noche.
-¡No sé de qué estás hablando! -se soltó Miley y se tapó con los brazos, convencida de que le estaba tomando el pelo. Pero era evidente por la expresión de sus ojos que no la consideraba tan gorda como había creído en un principio.
-Es evidente que no lo sabes -respondió Nicholas, la expresión de sus ojos indescifrable mientras la seguía rnirando-. Y, como obviamente no tienes ni idea de cómo sacarle provecho, yo sí. Nos iremos a España dentro de unos días.
-¿Unos días? -repitió Miley como un loro-. Pero eso no me da tiempo para...
-No necesitas tiempo. Lo único que necesitas es la ropa adecuada y que te arreglen esa melena descuidada que tienes.
Nicholas caminó con su habitual gracia hacia la nevera, abrió la puerta de par en par y le echó a Miley una mirada satírica.
-¡Come lo que quieras! Y tranquila con el ejercicio. Conserva tu potencial. Le sacaré provecho a cada delicioso centímetro de tu cuerpo.
Nicholas se fue después de hacer la invitación, exudando las olas de la satisfacción que reservaba para cerrar un buen contrato.
¿Cada delicioso centímetro? Incapaz de creérselo, Miley se miró el abundante busto, que tanta mortificación le había causado en la adolescencia. Muriel, su madrastra, y Taylor eran delgadas y de busto pequeño. Ambas la habían convencido de que tenía que esconder sus generosas curvas.
Y en el colegio, los comentarios crueles de las chicas y groseros de los muchachos habían devastado la confianza en su propio cuerpo. Su silueta de reloj de arena, llena de sensuales redondeces, había sido ridiculizada hasta hartarla, haciéndola llegar a casa llorando muchísimas veces.
Muriel le había comprado una sudadera enorme que le llegaba hasta las caderas y disimulaba el tamaño de sus pechos. Desde entonces, Miley se vestía de esa manera.
Y sin embargo, Nicholas Jonas la había mirado con mal disimulado aprecio. No, no es que fuese algo personal, se corrigió, sino que había dicho que tenía el tipo de curvas que les gustan a los adolescentes, lo cual no era ninguna novedad. Su juicio había sido objetivo. Pero lo que ella siempre había considerado una gran desventaja, por algún motivo Nicholas pensaba que era un mérito.
Y, de repente, le decía que no necesitaba hacer dieta y tampoco demasiado ejercicio. ¿Realmente se había quedado ahí permitiéndole que la observara cuando estaba casi desnuda? Al darse cuenta de ello, una ola de vergüenza la recorrió, haciéndola sentirse enferma y quitándole las ganas de comer. Cerró la puerta de la nevera y volvió a su habitación.
Así que Nicholas Jonas no la consideraba tan fea como al principio. Se miró por encima del hombro la pronunciada curva de las caderas en el espejo, sin poder creerse que cambiara tanto de actitud.



Nicholas entró al gimnasio con Gilda la mañana siguiente y se detuvo en seco. Se le cayeron las gafas de sol de la mano. Vestida con una ajustada malla verde oscura, Miley hacía sus ejercicios de precalentarniento.
Resistiendo el deseo de cubrirse como una colegiala, Miley se dijo que la malla era más discreta que un traje de baño, pero atrapada en la penetrante mirada oscura, comenzó a sentirse mareada y poco a poco se detuvo.
Por primera vez fue consciente de su propio cuerpo de la forma más extraordinariamente inquietante. Una ola de calor la envolvió de la cabeza a los pies. Las pupilas se le dilataron y sentía la piel caliente y demasiado pequeña para su propio cuerpo. Los pechos se volvieron pesados y tensos y su respiración entrecortada hacía que, apretados por la malla de algodón, los pezones le dolieran de tan sensibles que estaban.
-Me levanté muy temprano esta mañana -pestañeó rápidamente mientras Gilda le alargaba las gafas a Nicholas, que se las quedó mirando como si no fueran suyas. Cruzó los brazos por encima de la cintura con la cara ardiendo, mientras se esforzaba por dilucidar qué le había pasado durante esos segundos. Esperaba que no se repitiese, porque se había sentido realmente rara.
Nicholas caminó hacia uno de los ventanales y lo siguió con la mirada, observando la tensión de sus amplios hombros cubiertos con la camisa de seda. No pudo evitar preguntarse qué lo preocuparía. Los negocios, seguro. O quizás la irritación de tenerla en su casa alterándole su metódica existencia.
Dos días más tarde, Miley se miraba al espejo, apreciando su nuevo corte de pelo. El famoso estilista le había domado los rizos. Ahora, capas ligeras como plumas enmarcaban su rostro y acentuaban los delicados ángulos de sus facciones. En otra parte del salón de belleza la esperaba la experta en maquillaje. Con su consejo para elegir las sombras apropiadas, Miley se quedó encantada con el efecto que unos pocos cosméticos podían lograr.
Finalmente salió, llevando un bolso lleno de productos, como Nicholas le había indicado, y se dirigió a la sala de espera. Allí estaba él hablando por su móvil y mirando el reloj con expresión seria.
Cuando se hallaba a unos dos metros de él, Nicholas giró la cabeza y la vio. Se detuvo, mirándola con una expresión indescifrable en los ojos negros como la noche. A Miley se le secó la garganta, el corazón se le aceleró mientras esperaba su reacción.
-Considerable mejora -comentó Nicholas. Guardó el teléfono y se dirigió a la salida sin otorgarle más que una rápida mirada crítica.
A Miley se le borró la sonrisa de la cara mientras caminaba a su lado.
-Se nota, ¿no?
-¿Qué?
-La mejora -le recordó ilusionada-. No me puedo creer que haya cambiado tanto.
-Sólo del cuello para arriba. Tu guardarropa sigue siendo un desastre -apuntó, mientras le dejaba paso para que se metiera en la limusina que esperaba con el chófer al volante.
-No, pasa tú primero -le dijo incómoda, todavía consciente de que él era el jefe.
-Muévete, Miley -le gritó.
Miley se metió presurosa en el coche.
-No pensé que te tomarías la molestia de venir al salón -dijo Miley, sentándose.
-Yo tampoco. Estaba en medio de una reunión de directores cuando de repente se me ocurrió que no te podía dejar sola en un sitio así. Podías aparecer totalmente desconocida...
-Siempre quise ser rubia -comentó Miley-. Mi hermana es rubia.
- ... o quedarte sentada ahí permitiéndoles que hicieran lo que les viniera en gana contigo. Era un riesgo demasiado grande.
-Estoy segura de que todo esto ha sido un inconveniente para ti -murmuró con tristeza.
-¡Y que lo digas! Pero hoy liquidaremos la cuestión de la ropa también. Nos vamos a España pasado mañana.
-¿Tan pronto? Spike me extrañará muchísimo.
-¿El perrito? No lo he visto desde la noche en que te mudaste -comentó Nicholas dándose cuenta con retraso de ese hecho sorprendente.
-Sí, sólo que no te has dado cuenta. Se esconde cuando ve gente. Su dueño anterior lo trató muy mal. Se tendrá que quedar en tu casa mientras no estoy.
-¿No podría quedárselo... eh... Liam?
-Spike le tiene terror a los hombres. Además Liam trabaja todo el día y a veces sale de noche. Lo voy a extrañar también... ¿Crees que estaré en España mucho? -preguntó sintiéndose culpable.
-¿A qué se dedica Liam? -preguntó Nicholas, sin responderle.
-Es agente de bolsa en una compañía que se llama Lyle y qué sé yo.
-Es lógico.
-¿Qué?
-Que el caradura que te usa como su chacha personal sea un agente de bolsa. Los agentes de bolsa son muy rápidos para detectar negocios. Te vio venir.
-¡No sabes lo que dices! ¡Liam no es un caradura! -dijo Miley, la mirada fija en el tráfico-. ¿Cómo te enteraste de que lo ayudaba con la casa? -necesitó saber.
-Oí a las secretarias comentar lo idiota que fuiste hace dos semanas. Parece que no conoces ni uno de los trucos que las mujeres nacen sabiendo. Hacerle la colada a un tipo no te lleva muy lejos que digamos.
-¡Te odio! ¿Sabes? -lo miró Miley con los violetas ojos como dos lagos de reproche.
-¿Por decirte la verdad? Si tuvieras verdaderos amigos, ya te habrían avisado y aconsejado hace tiempo.
Durante un segundo, sus fabulosos ojos oscuros la hicieron perder la concentración. Las pestañas aletearon confusas y la cabeza le dio vueltas. Respiró y miró hacia afuera nuevamente, el corazón martilleándole el esternón.
-Piensas que estoy perdiendo el tiempo, sin embargo ni me conoces a mí ni a Liam. ¿Qué tipo de consejos crees que necesito?
-Dio... no soy un consejero sentimental -declaró Nicholas totalmente aburrido.
-Anton te malcrió terriblemente... -la desazón por su rechazo la hizo atacarlo-. Por eso lo preocupas tanto. Se siente responsable de cómo has salido.
Se hizo un silencio mortal, lo que le indicó a Miley que había sido demasiado directa con un tema delicado. Lo miró atemorizada.
Un par de ojos ofendidos llenos de incredulidad se fijaban en los de ella.
-Lamento haber sido tan sincera, pero es que puedes resultar muy grosero y además no te preocupa herir los sentimientos de la gente -concluyó Miley temblorosa.
-¿Conque es así, eh? -dijo Nicholas con una sonrisa sardónica que descartaba totalmente sus afIrmaciones.
Pero Miley se dio cuenta de que había metido el dedo en la llaga. Por otro lado, se sintió avergonzada. ¿Cómo había podido traicionar la confidencia que Anton le había hecho? Y aunque no los mostrara demasiado, Nicholas seguro que tenía sentimientos. Y, por supuesto, ella se los había herido al contarle que Anton se sentía culpable de los errores que había cometido cuando era su tutor.
Anton le había contado que Nicholas siempre se había sentido superior a la gente que lo rodeaba. Su brillantez intelectual lo había separado de ellos a muy temprana edad y lo había hecho intolerante de aquellos menos dotados.
-No tendría que haber dicho esas cosas -susurró Miley valientemente, intentando arreglar el daño-, Anton sólo lo dijo aquella vez que tuviste tanta publicidad por abandonar a la actriz, ¿recuerdas? La que tuvieron que llevar al hospital por sobredosis.
-No fue por sobredosis, sino por alcoholismo. La dejé porque no estaba nunca sobria- respondió Nicholas fríamente.
-Anton no... no lo sa... sabía y se molestó mucha por todo lo que publicó la prensa-tartamudeó.
-¡Accidenti! Salí con ella unas pocas semanas y tenía el problema mucho antes de conocerme, pero la persuadí para que se pusiera en manos de expertos -los oscuros ojos la desafiaron-. Incluso me ocupé de que estuviera en una unidad especial que le propiciara todo el apoyo que necesitaba.
-Anton habría estado tan aliviado de saberlo -dijo Miley bajándose tras él del coche y apoyando una ansiosa mano en su brazo.
Él la miró desde su altura con tal arrogancia, que ella retiró la mano como si se hubiese quemado.
-No era mi intención herir tus sentimientos -lo miró con sincera preocupación.
-¿Herir mis sentimientos? ¿De dónde has sacadola idea de...?
-No aceptas bien las disculpas, ¿verdad? -dijo Miley, azorada ante la amarga rabia que relampagueó en sus brillantes ojos oscuros-. Cada vez que abro la boca, meto más la pata.
-Vendría bien que hicieras voto de silencio -masculló Nicholas.
Lo ponía nervioso, se dijo Miley consternada y encorvó los hombros.
-No te encorves -una delgada mano le empujó la espalda para que se enderezara.
De repente, a Miley se le vino el mundo abajo. Era tan frío, cruel y crítico que siempre había encontrado imposible concentrarse cuando estaba con él.
Nicholas miró la temblorosa línea de sus labios.
-¡No voy a llorar! ¡No! -juró Miley.
-No te creo.
Sus enormes ojos azules se llenaron de lágrimas.
-Dio. Tienes unos ojos preciosos -aseguró Nicholas con un tono abrupto y áspero, mirándola a la cara como si fuera la única mujer del universo.
Completamente anonadada, Miley lo miró conteniendo la respiración. Su voz profunda y sensual le recorrió la columna como una ola, causándole un escalofrío. Paralizada por esos increíbles ojos insondables, creyó que el mundo se había detenido. Sin embargo, en otro nivel, reconoció el deseo desesperado que surgía de sus entrañas como una bestia hambrienta y aterradora. La sensación la asustó enormemente, pero aunque quisiera no podría haberse movido, ni hablado, ni roto el hechizo que la encadenaba. 

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