viernes, 10 de agosto de 2012

Je Souhaite Cinderella Cap.3


Se vieron otra vez, y él la llevó a su librería favorita, en la que ambos perdieron la noción del tiempo mirando en los estantes. El siguiente fin de semana le retribuyó el favor llevándolo a una venta en una biblioteca, donde él encontró una copia destartalada de un volumen sobre mariposas que ya no se imprimía y que llevaba años buscando.
Y luego, como por casualidad, Anton mencionó que le había conseguido una entrevista en el Banco Mercantil Jonas.

-Te recomendé a mi ahijado -dijo alegremente-. Estaba muy contento de ayudarte.
Ella no tenía idea que el ahijado de Anton era el Gerente General, y se había sentido totalmente horrorizada al enfrentarse a Nicholas Jonas ese primer día, cuando le preguntó con frialdad cómo había conocido a su padrino, sin intentar en absoluto disimular sus sospechas sobre los motivos que una joven tendría para hacerse amiga de un hombre mayor. Había disfrutado informándole que Anton volvería a su casa en España a finales de septiembre. Miley se sintió terriblemente humillada.
Cuando Miley le preguntó con delicadeza a Anton por qué no le había dicho que Nicholas era quien administraba el banco, además de un súper millonario con una leyenda de éxito en el mundo de los negocios, Anton asintió vagamente.
-Siempre fue bueno en matemáticas, un tío muy inteligente para ese tipo de cosas. Lo lleva en la sangre.
Los Jonas llevaban generaciones siendo banqueros y Nicholas era el último de la dinastía y, aparentemente, el más brillante. También exigía mucho a sus empleados. Todos los compañeros de Miley tenían título universitario en administración de empresas, economía o idiomas. Miley sabía que ella no encajaba en un banco con una lista internacional de importantes clientes y empresas. A veces parecía que sólo servía para llevar mensajes, asegurarse de que las cafeteras estuviesen llenas y hacer las tareas más humildes. Trabajaba mucho, pero en el tipo de tarea que hacía no se lucía demasiado.
La amenaza de una reunión cara a cara con Nicholas Jonas la tuvo todo el día nerviosa. ¿Qué había hecho? ¿Qué no había hecho? Si había cometido algún error, tendría que ponerse de rodillas y prometerle que se esforzaría. No tenía otra opción.
Lo único que la salvaba del total agotamiento era saber que tenía una entrada fija al mes, además de lo que ganaba varias noches a la semana como camarera. Según la señora con quien había hablado en la Oficina de Ayuda al Ciudadano, si decía que pagaría la deuda en cuotas, los acreedores no tomarían acciones legales.

Y mientras tanto, quizás su hermana Taylor llamaría para decir que ya tenía fondos y que mandaría el dinero para saldar sus deudas. Taylor siempre había ganado mucho como modelo, se repitió Miley para consolarse. Lo único que ella estaba haciendo era defender el fuerte hasta que ella se ocupara de su propio problema financiero. Y era verdad que Taylor se había mostrado preocupada cuando Miley la llamó para recordarle las deudas que había dejado pendientes antes de irse a Los Ángeles con la esperanza de dedicarse al cine.
Miley se arregló un poco en el cuarto de baño antes de la entrevista y se miró al espejo. Por lo menos el jersey suelto color crema y la falda larga gris disimulaban lo peor de su físico. Siempre le había parecido cruel que la naturaleza la dotara de grandes pechos y generosas caderas y sólo una altura de un metro sesenta.
No era sorprendente que Liam no la mirase como novia potencial, sino como amiga. Liam, guapo, extrovertido y el amor de su vida. La autocompasión la invadió un momento, pero luego se dijo que era una boba. ¿No había sabido siempre que no tenía ninguna posibilidad de atraer a Liam?
Lo había conocido en una fiesta de su hermana en la que se quejaba de lo mal se las apañaba con las tareas de la casa, porque su madre siempre lo había mimado. Antes de darse cuenta, se había ofrecido a ayudarlo...
Cuando Miley se presentó en el despacho de Nicholas, su secretaria le echó una mirada preocupada.

-Podrías haber sido puntual en esta ocasión.
-Pero si soy puntual -dijo, mirando el reloj. Pero al verlo, se le demudó la cara. Otra vez el tiempo había pasado sin darse cuenta.
-Llegas diez minutos tarde.
Sintiéndose descompuesta por el miedo, Miley golpeó en la puerta y entró. Le dolía la cabeza, tenía la boca seca y las manos húmedas.
Nicholas Jonas se dio vuelta de la pared de cristal por la que miraba el horizonte y la miró.
-Llegas tarde -dijo fríamente.
-Perdón. No me he dado cuenta -dijo Miley mirando la gruesa alfombra y deseando que se la tragase.
-No es una excusa aceptable.
-Por eso me he disculpado -dijo Miley en voz muy baja sin levantar la vista.
No necesitaba mirarlo para recordar su delgado aspecto mediterráneo, su negro pelo y su enorme atractivo. Era guapísimo, pero a Miley siempre le había llamado la atención que los fantásticos ojos fueran duros y fríos y la sensual boca sólo sonriese ante la desgracia ajena.
Dándose cuenta un poco tarde de que el silencio se alargaba demasiado, Miley levantó la vista y vio que Nicholas Jonas caminaba a su alrededor en un silencioso círculo mientras la estudiaba, la mirada penetrante concentrada en su figura, que ahora parecía encogerse aún más.
-¿Qué problema hay? -preguntó, desconcertada por su comportamiento y la intensidad de su escrutinio.
-Dio mio... ¿Hay algo que no sea un problema? -la arruga de su frente se hizo más pronunciada al ver cómo se le encorvaban los delgados hombros-. Ponte derecha, no te encorves así -le dijo.
Miley obedeció, ruborizándose, y sintió alivio cuando él se colocó detrás de su ordenadísima mesa de cristal.
-¿Recuerdas los términos del contrato que firmaste al comenzar a trabajar aquí?
Miley denegó con la cabeza, sintiéndose culpable. Había tenido que firmar una avalancha de papeles ese primer día.
-Ni te molestaste en leer el contrato -dijo Nicholas, esbozando una mueca de desdén.
-Estaba desesperada por conseguir un trabajo. Hubiera firmado cualquier cosa.
-Entonces ni te enteraste que las deudas personales son motivo para despido instantáneo.
La inesperada revelación fue como si le hubieran dado un puñetazo. Se lo quedó mirando horrorizada con los suaves labios entreabiertos y la palidez de su rostro acentuándose por momentos. Nicholas la estudió como un gato estudia a su presa antes de dar el zarpazo final. Sin mediar palabra, le alargó la hoja de papel con las cifras.
Con mano temblorosa, Miley la agarró. Los mismos nombres y cifras que la torturaban día y noche le bailaron ante los ojos, haciendo que el estómago le diera un vuelco.
-Seguridad me la entregó esta mañana. Se hacen chequeos periódicos a todo el personal -le informó suavemente.
-Me estás echando -dijo, bamboleándose levemente.
Nicholas le acercó una silla.
-Siéntate, Miley.
Miley se sentó ciegamente antes de que las piernas cedieran bajo su peso. Estaba dispuesta a explicarle cómo, debido a una serie de malentendidos e inconvenientes, se había suscitado una situación que no era culpa suya en absoluto.
-No tengo el menor interés en escuchar una historia lacrimógena -dijo Nicholas Jonas con toda la calma del mundo mientras se apoyaba relajado contra su mesa.
-Pero yo quiero explicarte...
-No hay necesidad de que expliques nada. Las deudas de ese estilo son fáciles de comprender. Te gusta vivir por encima de tus posibilidades y te gusta hacer fiestas...
Horrorizada de que supiera sobre esas vergonzosas deudas a su nombre y su igualmente vergonzosa incapacidad para pagarlas, Miley comenzó a hablar.
-¡No! Yo...
-Si me interrumpes otra vez no te ofreceré mi ayuda -interrumpió Nicholas Jonas mordiendo las palabras.
Miley hizo un esfuerzo por comprenderlo. Echando su rizada cabeza hacia atrás, se lo quedó mirando con la boca abierta.
-¿Ayuda?
-Estoy dispuesto a ofrecerte otro tipo de empleo, pero si aceptas el papel, tendrás que trabajar mucho y hacer un gran esfuerzo.
Cada vez más sorprendida, pero dispuesta a agarrarse a un clavo ardiendo con tal de no quedarse sin trabajo, Miley asintió con la cabeza enfáticamente.
-No temo al trabajo duro.
Obviamente, pensaba bajarla en el escalafón. ¿Qué era menos que auxiliar administrativo? ¿Fregar suelos en el comedor de la empresa?
-No estás en situación de rechazar mi oferta -dijo Nicholas, echándole una mirada relampagueante.
-Ya lo sé -reconoció ella con humildad, avergonzándose porque Nicholas Jonas nunca le había gustado. Lo había juzgado mal. Aunque tenía motivos para echarla, estaba dispuesto a darle otra oportunidad.
-Anton no se encuentra bien.
El cambio de tema la desconcertó, haciendo que la tensa cara se turbase.
-Por lo que dice en sus cartas, todavía no se ha recuperado del catarro que tuvo en la primavera.
-Tiene el corazón débil -dijo Nicholas serio. La noticia era lo último que le faltaba. Las lágrimas le arrasaron los ojos y rebuscó en el bolsillo de la falda un pañuelo de papel. La terrible noticia explicaba el comportamiento de Nicholas Jonas. Podía no gustarle ella y no aprobar su amistad con Anton Dysart, pero respetaba el cariño que su padrino le tenía. Sería por eso que no aprovechaba para humillarla más.
-Con la edad que tiene, no podemos pretender que viva eternamente -dijo entredientes, incómodo porque ella mostrase sus emociones.
-¿Vendrá a Londres este verano? -preguntó Miley, después de sonarse la nariz e inspirar profundamente para recuperar la compostura.
-No lo creo.
Entonces no lo vería más, se dio cuenta con tremendo dolor y lástima. La lucha por pagar las deudas de Taylor hacían que un viaje a España resultase impensable.
-Ha llegado la hora de que vayamos al grano -dijo Nicholas con evidente impaciencia-. Yo necesito un favor y a cambio, estoy dispuesto a pagarte las deudas.
-Pagarme las deudas... ¿Qué favor? -repitió Miley. ¿Cómo podía el hecho de trabajar para el Banco Mercantil Jonas ser un favor?
Nicholas caminó hacia el ventanal.
-Probablemente Anton no viva mucho ya -dijo con dureza-. Su deseo más ferviente ha sido siempre que yo me casase. Actualmente no tengo ninguna intención de satisfacer ese deseo, pero me gustaría mucho hacerlo feliz con una mentira piadosa.
¿Una mentira piadosa? La incomprensión de Miley crecía por momentos.
-Y ahí es donde me puedes ayudar -le informó Nicholas secamente-. Tú le gustas a Anton. Es muy tímido con su sexo y, como resultado, sólo le gusta cierto tipo de mujer. Tu tipo. Anton se pondría hecho unas pascuas si yo le dijese que nos hemos comprometido.
-¿Nos hemos...? -Miley comenzó a levantarse de la silla, como si con ello pudiese comprender mejor.
-Tu trabajo sería hacerte pasar por mi novia. Un acuerdo privado, se entiende. Harías sólo tu papel en España para Anton.
Los oídos de Miley zumbaron, le pareció que se le vaciaban de repente los pulmones, la incredulidad la tenía totalmente paralizada.
-Me estás tomando el pelo -dijo mirándolo con los ojos como platos-. ¿Yo, simular que estoy comprometida contigo?
-Anton se lo creerá. La gente siempre está dispuesta a creer lo que quiere creer -afirmó Nicholas cínicamente.
-Pero nadie creería que... que tú y yo... -una delatora ola de color le subió de la garganta invadiéndole las mejillas-. ¡Quiero decir, es tan increíble!
-Es entonces cuando tu esfuerzo y trabajo darán frutos -Nicholas la estudió otra vez como evaluándola, las cejas fruncidas-. Mi intención es hacer esta charada lo más creíble posible. Puede que Anton sea ingenuo, pero no es imbécil. Sólo cuando acabe de convertirte en una estilizada y elegante Miley Cyrus, Anton se convencerá totalmente.
A Miley le pasó por la mente que Nicholas Jonas había estado bebiendo. ¿Una estilizada Miley Cyrus?
-Nicholas, yo...
-Sí, suponía que estarías agradecida -descartó Nicholas con arrogancia y una luz de sarcasmo en los ojos-. Supongo que no te podrás creer tu buena suerte...
-¿Mi buena suerte? -interrumpió Miley trémula, preguntándose cómo un hombre tan famoso por lo perceptivo podía haber interpretado tan mal sus reacciones.
-Un asesor de imagen, un vestuario nuevo, todas tus deudas pagadas y un viaje gratis a España -enumeró Nicholas con fría precisión-. Es más que buena suerte... considerando tu situación, es como encontrar petróleo en un páramo. Y no te lo mereces. Créeme, si hubiese tenido una novia ficticia alternativa, a ti te habría despedido esta mañana.
-Yo era tu única opción -dijo Miley con voz trémula. ¿Cómo se atrevía a hacerle comentarios tan personales sobre su figura? Claro, bastaba mirarlo. ¡Delgado, en forma y perfecto, probablemente jamás había tenido que cuidarse la línea en toda su vida de niño malcriado!
-Eso no importa ahora. Supongo que serás capaz de guardar un secreto.
-¿Un secreto? -preguntó Miley, sintiéndose mareada.
-Muy sencillo. Le llegas a contar a alguien este acuerdo y yo te entierro -murmuró Nicholas Jonas con frialdad.
-No me causa ninguna gracia.
-No pretendía hacerlo. Es una advertencia. Y ya llevas suficiente tiempo aquí. En cuanto salgas de esta oficina, puedes limpiar tu mesa e irte a casa. Ya te llamaré esta noche para ultimar detalles.
Miley levantó la barbilla. La arrogancia con que él suponía que ella haría lo que él dijese, aunque fuese algo inmoral o desagradable la enfadó, cosa rara en ella.
-Tome la decisión que tome, estoy despedida, ¿correcto?
-¡Qué rápida de entendederas! -se burló Nicholas-. Eres tan torpe que no puedes hacer funcionar nada que tenga enchufe, pero lees a Nietzche y Platón en tu tiempo libre. Según Anton, tienes un cerebro privilegiado, sin embargo nunca le das uso. Nunca se te ha ocurrido emplearlo para trabajar.
Las pestañas se abatieron sobre los enormes ojos violetas.
-¿Cómo?
-Eso es porque eres desorganizada y perezosa y consigues dar la imagen de que eres estúpida. ¡Sólo que conmigo esa fachada no funciona, señorita!
Miley se quedó atónita ante su grosería y atrevimiento, aunque también quiso preguntarle cómo era que Anton le había dicho que tenía un cerebro privilegiado. Sin embargo, la rabia pudo más que esa pequeña chispa de placer y curiosidad.
-¡Si me puedo considerar despedida, entonces, soy libre de decirte lo que pienso de ti también!
 Nicholas esbozó una lobuna sonrisa de aliento.
-¡Adelante! Conque la mosquita muerta tiene también coraje... Pero te advierto, te responderé con la misma moneda.
Con los dientes casi castañeteándole por la fuerza de sus emociones incontroladas, Miley se elevó toda su insignificante altura.
-¡Eres el ser humano con menos escrúpulos -siseó- que he conocido! ¿No se te ha ocurrido nunca pensar que yo pueda tener prejuicios y no quiera engañar cruelmente a un adorable viejecillo que se merece algo más del hombre al que ama como si fuera su hijo?
-Tienes razón. No se me había ocurrido -confesó Nicholas, sin atisbo de incomodidad o remordimientos-. Considerando que estás a punto de que te denuncien por obtener bienes y servicios por medios fraudulentos, no me impresionan en lo más mínimo tus supuestos prejuicios.
Miley se encogió y se puso lívida.
-¿Denunciarme? -repitió, anonadada, los ojos fijos en él con la esperanza de haber oído mal. 

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