lunes, 13 de agosto de 2012

Je Souhaite Cinderella Cap.9


Fue Nicholas quien lo hizo. Las negras pestañas descendieron, liberándola de la prisión de sus emociones.  Mientras lo miraba, desorientada por lo que le sucedía, lo vio respirar lenta y profundamente, como un hombre que se recupera de un largo sueño y comienza a caminar.
-Acabo de tener una sensación muy rara -le confió Miley, corriendo a su lado y chocándose con unos turistas.
-¿Una sensación rara? -formuló Nicholas con voz inexpresiva, tirando de su mano para sacarla de entre la gente.
-No me siento muy bien -declaró. Sentía el cuerpo primero frío y luego caliente, la cabeza le daba vueltas, las piernas las sentía débiles como gelatina y los pechos le latían de la forma más incómoda. Enfocó los ojos asombrados en la corbata de seda burdeos-. Espero que no sea la gripe. Quizás estoy triste porque no veré a Liam durante un tiempo.
Lo miró a los ojos, sorprendida por la intensidad de su mirada penetrante.
-¿Por qué dijiste eso de mis ojos?-preguntó.
-Estaba tratando de distraerte para que no lloraras. Y funcionó -dijo, con ojos tan helados y remotos como el Himalaya.
Nicholas la hizo atravesar las puertas doradas de la impresionante tienda frente a la cual se habían detenido, pero una vez dentro, la abandonó para irse a conversar con una esbelta mujer mayor que parecía esperarlo.
-Mariah te elegirá la ropa -dijo volviendo al rato-. No cuestiones su elección. Sabe lo que quiero.
Y con fría seguridad se marchó. Miley lo vio irse perpleja. ¿Qué había hecho para merecer ese tratamiento tan frío? Ser Miley Cyrus, decidió tristemente. Torpe, indiscreta y vergonzosamente emocional. Tres fallos que Nicholas nunca podría aceptar.
La tarde siguiente, Miley se echó una mirada de duda en el espejo del dormitorio. No se reconocía. El traje de chaqueta azul exponía mucho más de lo que ella estaba acostumbrada a mostrar. La camiseta de seda que llevaba debajo dejaba ver el nacimiento de sus senos, y los zapatos de finísimo tacón y elegantes tiras tenían una altura peligrosa que le dificultaba un poco el caminar.
El teléfono junto a su cama sonó.
-Quiero verte en el salón dentro de diez minutos -pronunció Nicholas secamente.
-¡Caramba! Casi no me encuentras. Me iba a casa de Liam -le confió alegremente.
Colgó el auricular y salió de la habitación.
-Me va a costar un poco dominar estos tacones -anunció al entrar al salón y tropezar en la entrada, por lo que tuvo que agarrarse del pomo de la puerta para recuperar el equilibrio.
Nicholas, que se llevaba una copa de brandy a los labios, se quedó petrificado. Miley también. El llevaba una chaqueta blanca que le quedaba como un guante. El color claro le acentuando la exótica combinación de piel dorada, ojos oscuros y pelo negro. Resultaba tan devastadoramente atractivo que Miley se quedó boquiabierta.
Y por algún motivo Nicholas también se la quedó mirando. De repente, se sintió incómoda y mortificada por haberlo mirado de ese modo.
-¿Tardaremos mucho? No quiero que Liam se vaya.
-Dío mío. Dudo que se vaya si te ve -los brillantes ojos le recorrieron la silueta, desde la camiseta de seda hasta las torneadas piernas, que por primera vez mostraba fuera del gimnasio.
-¡Esa imbécil! -exclamó abruptamente- ¡Tienes aspecto de prostituta de lujo! ¡El escote es demasiado pronunciado! ¡La falda es muy corta!
Sorprendida y mortificada, Miley lo miró.
-La falda me llega casi a la rodilla...
-Totalmente inapropiado para Anton, y menos todavía para hacerle la colada a Liam -concluyó Nicholas, mascullando.
-Quería que viera mi nuevo aspecto -dijo Miley, desilusionada como un niño al que le han pinchado el globo.
Nicholas elevó una ceja azabache, logrando que se sintiese avergonzada de desear que Liam le echase una mirada y se diese cuenta de que ella era la mujer para él.
De repente se sintió agradecida de que Nicholas se lo hubiese dicho. No quería que Liam creyese que estaba intentando conquistarlo. Eso podría arruinar su amistad para siempre y hacer que huyera de ella. Se pondría su ropa antigua y quitaría el maquillaje.
-Vendrá un joyero a traernos una selección de anillos de compromiso. Podrás quedarte con lo que elijas.
-No. Cuando reciba un verdadero anillo de compromiso quiero que sea el primero. Consideraré a éste un préstamo.
Cuando el joyero llegó, Miley estaba encogida en el sofá, deseando poder haber ido a cambiarse. Si Nicholas decía que estaba demasiado insinuante, seguro que tendría razón. Se avergonzaba de no haberse dado cuenta ella. Sin embargo, había visto montones de chicas perfectamente respetables con ropa parecida.
-Elige -dijo Nicholas en el tenso silencio.
-Los diamantes son muy fríos -suspiró Miley-. Las perlas y los ópalos traen mala suerte. Hay gente que dice que el verde tampoco es demasiado afortunado. No sé nada de los rubíes, pero...
-Entonces, elige un rubí.
-Los rubíes representan amor apasionado -dijo en tono de disculpa-. Creo que mejor será elegir un diamante.
Nicholas respiró profundo y eligió la sortija de diamantes más opulenta.
-Nos quedamos con éste.
Era tan grande, que parecía sacada de una bolsita de chucherías de cumpleaños. Miley se sintió aliviada de que no le gustase el anillo. Así podían mantener todo a un nivel impersonal.
En cuanto el joyero le midió el dedo, Miley se puso de pie.
-¿Me puedo ir ahora?
-Cuando quieras -dijo Nicholas ácidamente.
Treinta minutos más tarde, Miley llamaba a la puerta de Liam. Un desconocido le abrió la puerta.
-¿Buscas a Liam? -preguntó amable.
Miley asintió.
-Trabajamos juntos. Me dijo que usase su piso mientras él está en Nueva York.
-¿Nueva York? -dijo Miley en tono tembloroso, segura de haber oído mal.
-Un traslado temporal. Se lo ofrecieron ayer. Una oportunidad como ésa no se puede desperdiciar, así que se fue esta mañana.
-¿Cuánto tiempo crees que estará fuera? -preguntó Miley, azorada.
-Creo que un par de meses.

4

-El señor Jonas la espera -informó Fisher con urgencia contenida.
Miley acomodó a Spike en su canasta con los ojos llenos de lágrimas.
-La cocinera se llevará a Spike .a la cocina todos los días. A ella no le tiene miedo -le dijo el mayordomo amablemente-. Si nos deja, lo mimaremos todo lo posible.
Asintió sin hablar, por temor a que se le escaparan las lágrimas. Miró la pecera, donde Nicholas y su compañera Milly nadaban cada uno en su territorio. Un poco como ella y Nicholas, pensó con tristeza. Vivía en su casa pero apenas si lo veía.
-Llevaré la pecera a la cocina también -prometió Fisher.
-Les hablo todos los días.
-La cocinera habla como una cotorra, no se preocupe.
Nicholas se paseaba por la entrada impaciente, elegante con su traje ligero. La miró con brillantes ojos interrogantes.
-Perdona por hacerte esperar.
Nicholas se tomó su tiempo mirándola y Miley se alisó nerviosa la falda de su moderno vestido verde.
-¿Qué le has hecho?
-Le he alargado el bajo. Necesitaba algo con que ocuparme anoche. A Liam lo han enviado a Nueva York por un tiempo... ni siquiera le pude decir adiós.
-La pequeñas crueldades de la vida refuerzan el carácter -dijo Nicholas con sorprendente falta de consideración, guiándola hacia la puerta de salida-. Ahora, cuando estés en España, no tendrás la distracción de pensar que Liam se ha quedado en Londres.
-Supongo que no... Y es una gran oportunidad para él. Su jefe lo ha de tener en gran estima, si le ofrece una oportunidad así -comentó, esbozando una valerosa sonrisa.
Una vez en la limusina Nicholas se dio vuelta hacia ella.
-Tienes sombra verde en un ojo y azul en el otro.
-¿Se nota?
-Mucho.
Miley asintió, tomó un pañuelo de papel y se quitó la sombra sin mirarse al espejo. Luego sacó una novela y se puso a leer. La idea se le había ocurrido la noche anterior. Si metía la nariz en un libro, no lo forzaría a hablar con ella.



Una hora y media más tarde subía por las escalerillas de su jet privado sin tratar de disimular su excitación.
-Nunca he viajado en avión -le comentó a la azafata- ¡Tampoco he estado en el extranjero!
-¡Siéntate y compórtate como una adulta! -le ladró Nicholas en el oído por detrás.
Enrojeciendo, Miley se dejó caer en el asiento más próximo.
-Tú te sientas conmigo -dijo Nicholas con aspecto de estar haciendo un esfuerzo por controlarse. Miley se preguntó qué habría hecho mal. No le había hablado ni una vez, y había supuesto que él estaría encantado de poder olvidar que ella existía. Charló amigablemente con el chófer y con esa señora tan agradable en el aeropuerto. Y en vez de apreciar que no lo obligase a salir de su reserva natural, Nicholas se había ido poniendo más y más tenso.
-¿Por qué te molestas?
-Te haces amiga de todo el mundo. No tienes ni dignidad ni escrúpulos. Le contaste al chófer lo de Liam...
-Y él me contó del divorcio de su hija.
-Exacto. Es un empleado. ¡Yo ni siquiera sabía que tenía una hija! -acusó Nicholas, mientras el sonido de los motores del avión se hacía más agudo y el jet comenzaba a deslizarse por la pista.
Miley se puso pálida y se aferró a los brazos de su asiento con los nudillos blancos.
-¡Dios Santo! ¡Me siento mal... tengo miedo... no quiero ir a ningún sitio! -gritó de repente, soltándose el cinturón de seguridad e intentando ponerse de pie.
Una mano la retuvo en el asiento. Mientras ella intentaba recuperar el aliento, Nicholas le vio la cara de pánico y pasándole los delgados dedos por el cabello, la sujetó con fuerza y la besó.
Miley se olvidó de que estaba a bordo de un jet. Se olvidó que tenía miedo. Incluso se olvidó que le tenía miedo a él. Alelada, sintió el duro calor de su boca separándole los labios. Como un rayo que le explotara dentro, el beso le encendió una hoguera que le consumió todos los pensamientos sensatos. Sin darse cuenta, se aferró a él. Cuando la punta de su experta lengua le invadió, la húmeda dulzura de la boca, se estremeció como si la sacudiese un vendaval y le entrelazó los dedos en el sedoso pelo.
Su beso sabía tan bien que quería hundirse en él y perderse para siempre en la seductora marea de la sensación física que la asaltaba. Urgencia y energía se acumularon en su interior, luchando por escapar. Apenas probó la tentación, sucumbió a ella.
Sin previo aviso, Nicholas se separó de golpe, tomándola de los brazos para alejarla. Miley abrió los ojos, pestañeó y enfocó la mirada en el brillo febril de sus oscuros ojos. No podía ver su enfado, pero podía sentirlo en el tenso ambiente.
-¿Eso también lo he hecho mal? -preguntó, tratando de convencerse de que Nicholas Jonas la había besado. 

Je Souhaite Cinderella Cap.8


Miley lo estudió con sus enormes ojos color violeta. Vestido, intimidaba, pero semidesnudo era... era... impresionante. En el instante en que ese pensamiento se le ocurrió, se ruborizó de mortificación y miró a otro lado, aterrorizada de que él pudiera leerle en la cara lo que pensaba, pero mentalmente lo seguía viendo. Anchos hombros morenos, delgados músculos flexionándose bajo la suave piel, un magnífico torso con vello rizado sombreándole apenas los pectorales y un estómago duro y plano como una tabla. Una ola de extraño calor se inició en el estómago de Miley y bajó hacia un sitio infinitamente más íntimo. La boca se le quedó seca y no sabía lo que le pasaba. Asustada por su aparición y muerta de vergüenza porque la había pillado, Miley abrió la boca para explicarse, pero un sollozo ahogado se escapó de sus labios.
-¡Porca miseria! No puede ser que tengas tanta hambre.
Miley se levantó del suelo y se enderezó, dispuesta a irse, e intentando dominar sus emociones. No supo interpretar el silencio que siguió, sólo se lo imaginó conteniendo la lengua para no hacerla llorar. Nunca había sido una llorona, pero él siempre la hacía sentirse rara, inútil y boba.
-¡Madre di Dio! -pronunció Nicholas Jonas con incredulidad- ¡Tienes un cuerpo digno de las páginas centrales de una revista para hombres!
Miley se quedó tan sorprendida, que se giró a mirarlo y conectó con los atónitos ojos oscuros, ocupados en una valoración íntima de su cuerpo semi vestido. Al darse cuenta de que sólo llevaba un ajustado pijama de pantalón corto, Miley enrojeció ante el escrutinio tan atrevido y cruzó los brazos.
-¡No! -exclamó Nicholas, hipnotizado por la orgullosa curva de los generosos pechos que la camiseta de algodón revelaba claramente.
Su mirada se detuvo en la pequeñísima cintura, y pareció resultarle imposible mantener la distancia, porque dio dos pasos y se acercó, haciéndola darse vuelta con una mano impaciente. Como alguien a quien le resulta imposible creer lo que ve, observó la femenina curva de sus caderas y la sorprendente longitud de sus torneadas piernas.
-Suponía que eras gorda. Pensé que escondías multitud de pecados bajo esas ropas informes. ¡Ni sabía que tenías cintura! Y Dio, todo el tiempo, todo el tiempo -repitió Nicholas con voz ahogada- lo que cubrían era unas curvas de las que hacen fantasear a los adolescentes por la noche.
-¡No sé de qué estás hablando! -se soltó Miley y se tapó con los brazos, convencida de que le estaba tomando el pelo. Pero era evidente por la expresión de sus ojos que no la consideraba tan gorda como había creído en un principio.
-Es evidente que no lo sabes -respondió Nicholas, la expresión de sus ojos indescifrable mientras la seguía rnirando-. Y, como obviamente no tienes ni idea de cómo sacarle provecho, yo sí. Nos iremos a España dentro de unos días.
-¿Unos días? -repitió Miley como un loro-. Pero eso no me da tiempo para...
-No necesitas tiempo. Lo único que necesitas es la ropa adecuada y que te arreglen esa melena descuidada que tienes.
Nicholas caminó con su habitual gracia hacia la nevera, abrió la puerta de par en par y le echó a Miley una mirada satírica.
-¡Come lo que quieras! Y tranquila con el ejercicio. Conserva tu potencial. Le sacaré provecho a cada delicioso centímetro de tu cuerpo.
Nicholas se fue después de hacer la invitación, exudando las olas de la satisfacción que reservaba para cerrar un buen contrato.
¿Cada delicioso centímetro? Incapaz de creérselo, Miley se miró el abundante busto, que tanta mortificación le había causado en la adolescencia. Muriel, su madrastra, y Taylor eran delgadas y de busto pequeño. Ambas la habían convencido de que tenía que esconder sus generosas curvas.
Y en el colegio, los comentarios crueles de las chicas y groseros de los muchachos habían devastado la confianza en su propio cuerpo. Su silueta de reloj de arena, llena de sensuales redondeces, había sido ridiculizada hasta hartarla, haciéndola llegar a casa llorando muchísimas veces.
Muriel le había comprado una sudadera enorme que le llegaba hasta las caderas y disimulaba el tamaño de sus pechos. Desde entonces, Miley se vestía de esa manera.
Y sin embargo, Nicholas Jonas la había mirado con mal disimulado aprecio. No, no es que fuese algo personal, se corrigió, sino que había dicho que tenía el tipo de curvas que les gustan a los adolescentes, lo cual no era ninguna novedad. Su juicio había sido objetivo. Pero lo que ella siempre había considerado una gran desventaja, por algún motivo Nicholas pensaba que era un mérito.
Y, de repente, le decía que no necesitaba hacer dieta y tampoco demasiado ejercicio. ¿Realmente se había quedado ahí permitiéndole que la observara cuando estaba casi desnuda? Al darse cuenta de ello, una ola de vergüenza la recorrió, haciéndola sentirse enferma y quitándole las ganas de comer. Cerró la puerta de la nevera y volvió a su habitación.
Así que Nicholas Jonas no la consideraba tan fea como al principio. Se miró por encima del hombro la pronunciada curva de las caderas en el espejo, sin poder creerse que cambiara tanto de actitud.



Nicholas entró al gimnasio con Gilda la mañana siguiente y se detuvo en seco. Se le cayeron las gafas de sol de la mano. Vestida con una ajustada malla verde oscura, Miley hacía sus ejercicios de precalentarniento.
Resistiendo el deseo de cubrirse como una colegiala, Miley se dijo que la malla era más discreta que un traje de baño, pero atrapada en la penetrante mirada oscura, comenzó a sentirse mareada y poco a poco se detuvo.
Por primera vez fue consciente de su propio cuerpo de la forma más extraordinariamente inquietante. Una ola de calor la envolvió de la cabeza a los pies. Las pupilas se le dilataron y sentía la piel caliente y demasiado pequeña para su propio cuerpo. Los pechos se volvieron pesados y tensos y su respiración entrecortada hacía que, apretados por la malla de algodón, los pezones le dolieran de tan sensibles que estaban.
-Me levanté muy temprano esta mañana -pestañeó rápidamente mientras Gilda le alargaba las gafas a Nicholas, que se las quedó mirando como si no fueran suyas. Cruzó los brazos por encima de la cintura con la cara ardiendo, mientras se esforzaba por dilucidar qué le había pasado durante esos segundos. Esperaba que no se repitiese, porque se había sentido realmente rara.
Nicholas caminó hacia uno de los ventanales y lo siguió con la mirada, observando la tensión de sus amplios hombros cubiertos con la camisa de seda. No pudo evitar preguntarse qué lo preocuparía. Los negocios, seguro. O quizás la irritación de tenerla en su casa alterándole su metódica existencia.
Dos días más tarde, Miley se miraba al espejo, apreciando su nuevo corte de pelo. El famoso estilista le había domado los rizos. Ahora, capas ligeras como plumas enmarcaban su rostro y acentuaban los delicados ángulos de sus facciones. En otra parte del salón de belleza la esperaba la experta en maquillaje. Con su consejo para elegir las sombras apropiadas, Miley se quedó encantada con el efecto que unos pocos cosméticos podían lograr.
Finalmente salió, llevando un bolso lleno de productos, como Nicholas le había indicado, y se dirigió a la sala de espera. Allí estaba él hablando por su móvil y mirando el reloj con expresión seria.
Cuando se hallaba a unos dos metros de él, Nicholas giró la cabeza y la vio. Se detuvo, mirándola con una expresión indescifrable en los ojos negros como la noche. A Miley se le secó la garganta, el corazón se le aceleró mientras esperaba su reacción.
-Considerable mejora -comentó Nicholas. Guardó el teléfono y se dirigió a la salida sin otorgarle más que una rápida mirada crítica.
A Miley se le borró la sonrisa de la cara mientras caminaba a su lado.
-Se nota, ¿no?
-¿Qué?
-La mejora -le recordó ilusionada-. No me puedo creer que haya cambiado tanto.
-Sólo del cuello para arriba. Tu guardarropa sigue siendo un desastre -apuntó, mientras le dejaba paso para que se metiera en la limusina que esperaba con el chófer al volante.
-No, pasa tú primero -le dijo incómoda, todavía consciente de que él era el jefe.
-Muévete, Miley -le gritó.
Miley se metió presurosa en el coche.
-No pensé que te tomarías la molestia de venir al salón -dijo Miley, sentándose.
-Yo tampoco. Estaba en medio de una reunión de directores cuando de repente se me ocurrió que no te podía dejar sola en un sitio así. Podías aparecer totalmente desconocida...
-Siempre quise ser rubia -comentó Miley-. Mi hermana es rubia.
- ... o quedarte sentada ahí permitiéndoles que hicieran lo que les viniera en gana contigo. Era un riesgo demasiado grande.
-Estoy segura de que todo esto ha sido un inconveniente para ti -murmuró con tristeza.
-¡Y que lo digas! Pero hoy liquidaremos la cuestión de la ropa también. Nos vamos a España pasado mañana.
-¿Tan pronto? Spike me extrañará muchísimo.
-¿El perrito? No lo he visto desde la noche en que te mudaste -comentó Nicholas dándose cuenta con retraso de ese hecho sorprendente.
-Sí, sólo que no te has dado cuenta. Se esconde cuando ve gente. Su dueño anterior lo trató muy mal. Se tendrá que quedar en tu casa mientras no estoy.
-¿No podría quedárselo... eh... Liam?
-Spike le tiene terror a los hombres. Además Liam trabaja todo el día y a veces sale de noche. Lo voy a extrañar también... ¿Crees que estaré en España mucho? -preguntó sintiéndose culpable.
-¿A qué se dedica Liam? -preguntó Nicholas, sin responderle.
-Es agente de bolsa en una compañía que se llama Lyle y qué sé yo.
-Es lógico.
-¿Qué?
-Que el caradura que te usa como su chacha personal sea un agente de bolsa. Los agentes de bolsa son muy rápidos para detectar negocios. Te vio venir.
-¡No sabes lo que dices! ¡Liam no es un caradura! -dijo Miley, la mirada fija en el tráfico-. ¿Cómo te enteraste de que lo ayudaba con la casa? -necesitó saber.
-Oí a las secretarias comentar lo idiota que fuiste hace dos semanas. Parece que no conoces ni uno de los trucos que las mujeres nacen sabiendo. Hacerle la colada a un tipo no te lleva muy lejos que digamos.
-¡Te odio! ¿Sabes? -lo miró Miley con los violetas ojos como dos lagos de reproche.
-¿Por decirte la verdad? Si tuvieras verdaderos amigos, ya te habrían avisado y aconsejado hace tiempo.
Durante un segundo, sus fabulosos ojos oscuros la hicieron perder la concentración. Las pestañas aletearon confusas y la cabeza le dio vueltas. Respiró y miró hacia afuera nuevamente, el corazón martilleándole el esternón.
-Piensas que estoy perdiendo el tiempo, sin embargo ni me conoces a mí ni a Liam. ¿Qué tipo de consejos crees que necesito?
-Dio... no soy un consejero sentimental -declaró Nicholas totalmente aburrido.
-Anton te malcrió terriblemente... -la desazón por su rechazo la hizo atacarlo-. Por eso lo preocupas tanto. Se siente responsable de cómo has salido.
Se hizo un silencio mortal, lo que le indicó a Miley que había sido demasiado directa con un tema delicado. Lo miró atemorizada.
Un par de ojos ofendidos llenos de incredulidad se fijaban en los de ella.
-Lamento haber sido tan sincera, pero es que puedes resultar muy grosero y además no te preocupa herir los sentimientos de la gente -concluyó Miley temblorosa.
-¿Conque es así, eh? -dijo Nicholas con una sonrisa sardónica que descartaba totalmente sus afIrmaciones.
Pero Miley se dio cuenta de que había metido el dedo en la llaga. Por otro lado, se sintió avergonzada. ¿Cómo había podido traicionar la confidencia que Anton le había hecho? Y aunque no los mostrara demasiado, Nicholas seguro que tenía sentimientos. Y, por supuesto, ella se los había herido al contarle que Anton se sentía culpable de los errores que había cometido cuando era su tutor.
Anton le había contado que Nicholas siempre se había sentido superior a la gente que lo rodeaba. Su brillantez intelectual lo había separado de ellos a muy temprana edad y lo había hecho intolerante de aquellos menos dotados.
-No tendría que haber dicho esas cosas -susurró Miley valientemente, intentando arreglar el daño-, Anton sólo lo dijo aquella vez que tuviste tanta publicidad por abandonar a la actriz, ¿recuerdas? La que tuvieron que llevar al hospital por sobredosis.
-No fue por sobredosis, sino por alcoholismo. La dejé porque no estaba nunca sobria- respondió Nicholas fríamente.
-Anton no... no lo sa... sabía y se molestó mucha por todo lo que publicó la prensa-tartamudeó.
-¡Accidenti! Salí con ella unas pocas semanas y tenía el problema mucho antes de conocerme, pero la persuadí para que se pusiera en manos de expertos -los oscuros ojos la desafiaron-. Incluso me ocupé de que estuviera en una unidad especial que le propiciara todo el apoyo que necesitaba.
-Anton habría estado tan aliviado de saberlo -dijo Miley bajándose tras él del coche y apoyando una ansiosa mano en su brazo.
Él la miró desde su altura con tal arrogancia, que ella retiró la mano como si se hubiese quemado.
-No era mi intención herir tus sentimientos -lo miró con sincera preocupación.
-¿Herir mis sentimientos? ¿De dónde has sacadola idea de...?
-No aceptas bien las disculpas, ¿verdad? -dijo Miley, azorada ante la amarga rabia que relampagueó en sus brillantes ojos oscuros-. Cada vez que abro la boca, meto más la pata.
-Vendría bien que hicieras voto de silencio -masculló Nicholas.
Lo ponía nervioso, se dijo Miley consternada y encorvó los hombros.
-No te encorves -una delgada mano le empujó la espalda para que se enderezara.
De repente, a Miley se le vino el mundo abajo. Era tan frío, cruel y crítico que siempre había encontrado imposible concentrarse cuando estaba con él.
Nicholas miró la temblorosa línea de sus labios.
-¡No voy a llorar! ¡No! -juró Miley.
-No te creo.
Sus enormes ojos azules se llenaron de lágrimas.
-Dio. Tienes unos ojos preciosos -aseguró Nicholas con un tono abrupto y áspero, mirándola a la cara como si fuera la única mujer del universo.
Completamente anonadada, Miley lo miró conteniendo la respiración. Su voz profunda y sensual le recorrió la columna como una ola, causándole un escalofrío. Paralizada por esos increíbles ojos insondables, creyó que el mundo se había detenido. Sin embargo, en otro nivel, reconoció el deseo desesperado que surgía de sus entrañas como una bestia hambrienta y aterradora. La sensación la asustó enormemente, pero aunque quisiera no podría haberse movido, ni hablado, ni roto el hechizo que la encadenaba. 

domingo, 12 de agosto de 2012

Je Souhaite Cinderella Cap.7


Liam meneó su elegante cabeza, como sorprendido por haber hecho tal descubrimiento y se fue, dejándola que se ocupara de las montañas de platos sucios que se apilaban en todas las superficies posibles.
Casi bonita. El primer cumplido que Liam se dignaba a hacerle. Miley se quedó en el centro de la mugrienta cocina con una expresión soñadora en la cara. Quizás la dieta desintoxicante ya empezaba a funcionar si Liam por fin se había dado cuenta de que era una mujer...
Sintiéndose como alguien con una misión que transformaría su vida, Miley se juró estar en el gimnasio a primera hora la mañana siguiente. Canturreando alegremente, lavó los platos, fregó el suelo y limpió el fogón.
-¡No sé cómo lo logras! -exclamó Liam apreciativo mientras se ponía la chaqueta del elegante traje-. ¿Qué haría sin ti, Miley?
Miley esbozó una sonrisa radiante.
-Me voy, pero no es necesario que te des prisa -le aseguró Liam-. Y si encuentras un minuto para pasar la aspiradora en el salón, te lo agradecería.
-No hay problema -se apresuró a decirle-. ¿Ya funciona la lavadora?
-No. El técnico viene el miércoles.
Miley lo siguió hasta la puerta de entrada con aspecto de estar pisando suelo sagrado.
-¿Una cita? -preguntó con estudiada indiferencia.
-Sí. Es guapísima -rió Liam-. ¡Hasta luego, Miley!
Miley llegó a la imponente casa de Nicholas Jonas después de las diez, porque no quiso irse del apartamento de Liam sin haber antes lustrado todos los muebles y aspirado cada centímetro de la alfombra. Tocó el timbre y respondió al saludo de Fisher con una sonrisa ausente antes de dirigirse a su habitación.
Nicholas, que salía de una de los elegantes salones de recepción, la tomó totalmente por sorpresa.
-¿Dónde te habías metido?
-¿Per... perdona? -tartamudeó Miley.
-Esperaba un informe de tu progreso a las seis y ya te habías ido -informó Nicholas, adusto.
-Oh... estaba con Liam -le dijo ausente, estudiando sus facciones. Una serie de estúpidas comparaciones se le ocurrían. Nicholas era más fuerte, más atlético que Liam, su piel de tono dorado, mientras que la de Liam era blanca. Nicholas llevaba un corte de pelo que moldeaba perfectamente su cabeza y el adorable pelo rubio de Liam caía sobre la frente... ¿Dios mío? ¿Qué hacía estudiando cada detalle de su apariencia, cuando antes ni se atrevía a mirarlo?
Tenía un aspecto tan inmaculado, tan perfecto... ¿Cómo lo lograba? Ahí estaba ella, con la camiseta manchada de fregar, el pelo revuelto por el viento y los zapatos sucios.
-¿Quién es Liam? ¿Tu novio?
-No, no tengo novio... Liam es sólo... Liam.
-¿Liam? -preguntó Nicholas impaciente, elevando una ceja azabache.
-Liam Lewis -la mirada de sus ojos azules se hizo más ausepte todavía-. Yo lo quiero, pero él no me mira con esos ojos, aunque creo que está a punto...
-Y yo estoy a punto de que me dé un ataque. Espero que no le hayas dicho nada de nuestro acuerdo particular.
-Oh, no. Liam y yo no tenemos ese tipo de conversación. Nada profundo.
La puerta del salón de donde había salido Nicholas se abrió y una rubia preciosa que llevaba un elegante vestido negro de tirantes se asomó.
-¿Problemas con el servicio, Nicholas?
Nicholas distrajo su frustrada atención de Miley para sonreírle.
-No te preocupes, Lisette.

 Miley se fue a su habitación y saludó a Spike en su canasta. Luego le dio de comer a Nicholas, el pez, sintiéndose culpable de que estuviese solo en la pecera. Seguro que se había comido a sus dos compañeros anteriores porque eran del sexo equivocado. Era un pez agresivo. Quizás la llegada de una hembra lo transformase.
Mientras se ponía el ajustado pijama de pantaloncitos cortos, luchó contra el convencimiento de que si no comía pronto, el estómago se le quedaría pegado a la columna. Después de todo, ahora tenía una meta clara, un objetivo real. Liam valía el compromiso de ciento cinco por ciento que Nicholas pretendía. Se dedicaría en alma y cuerpo al programa de Gilda.
Pero el hambre la hizo revolverse en la cama, incapaz de dormir.
A la una, se levantó con una decisión súbita. Una manzana, una tostada, una taza de té con una gotita de leche. Seguro que eso no se notaría en la balanza.
Miley bajó a la cocina por la casa oscura y silenciosa. Abrió la nevera y se arrodilló ante ella, mirando la variedad de tentaciones disponible.
Un pecadillo. Un sándwich. No le pondría mantequilla, negoció consigo misma. ¿Qué tal una rebanada fina de queso con una tostada y esa salsa... o quizás...?
-¿Se puede saber a qué estás jugando?

 Con un ahogado grito de susto, Miley se giró, el corazón latiéndole tanto que no podía respirar.
Las luces bajas de los armarios se encendieron, iluminando a Nicholas, descalzo con el torso desnudo y sólo un par de vaqueros, observándola con total desprecio.
-Sólo quería comer algo -murmuró Miley trémula-. No pensé que despertaría a nadie.
-Cuando me vaya la cama, acciono el sistema de alarma. Si algo se mueve por aquí, enseguida me entero. 

Je Souhaite Cinderella Cap.6


Un entrenador. Miley se imaginó un sargento de infantería, una masa de músculos que le gritaría órdenes salpicadas de insultos. O quizás el entrenador era alguien agradable que la hiciera trabajar poco a poco. Trató de imaginarse a Nicholas contratando a alguien agradable. La esperanza se desvaneció rápidamente. El entrenador sería duro e impío. Después de todo Nicholas la había llamado perezosa.
Despertó a Spike y lo llevó a un patio cerrado que había visto al llegar la noche anterior al final del pasillo, cuando Nicholas la había puesto en manos de Fisher, el mayordomo, como si hubiera sido un paquete.
Cuando Spike hizo sus necesidades, volvió al dormitorio a darse una ducha. ¿Ropa adecuada? Un pantalón suelto y una camiseta talla extra grande eran lo único que tenía. Le hacían parecer igual de ancha que alta. ¿Una esbelta Miley? ¿Y si la gimnasia funcionaba? Se imaginó a Liam reconociéndola como un miembro del sexo opuesto.
El estómago le hacía ruido de hambre. Estaba por ir a la cocina cuando un discreto golpe sonó en la puerta.
Fisher apareció portando una bandeja con un gran vaso lleno de un líquido gris verdoso.
-Ayer la señorita Stevens le mandó su plan de régimen por fax a la cocinera -le explicó-. Creo que ésta es su propia receta para un cóctel energético matinal.
-Oh... -sorprendida, aceptó el vaso. ¿Plan de régimen? Estaba dispuesta a hacer ejercicio, pero hacer dieta... ¿Y quién era esa señorita que Fisher mencionaba?
-¿La señorita Stevens? –preguntó
-Gilda Stevens, la entrenadora -explicó Fisher inexpresivo-. Las instrucciones concernientes a sus menús fueron de lo más precisas.
Conque su entrenador era una mujer. Miley bebió la mezcla. Sabía a agua de fregar, pero intentando no poner cara de asco, se lo tomó todo, esperando que Fisher le dijese cuándo era el desayuno.
-El señor Jonas la espera en el gimnasio en cinco minutos -le informó el mayordomo retirándose.
-¿Y el desayuno? ¿Es más tarde?
-Ese era el desayuno, señorita Cyrus.
Al ver su cara atónita, Fisher miró hacia otro lado.
-¿Esto es todo lo que puedo tomar en esa dieta?
Fisher asintió con la cabeza, y luego le dijo cómo llegar al gimnasio. Al pasar, vio magníficos cuadros y hermosas alfombras. No la sorprendió entrar a un gimnasio fantástico lleno de los más modernos aparatos.
Al final de la espaciosa habitación, Nicholas, apoyado contra una moderna máquina de tortura, charlaba con una morena. Probablemente Gilda Stevens, que vestía menos ropa de la que Miley usaba para dormir. Una camiseta mínima le cubría apenas el delicado busto y pantalones cortos apretados como una segunda piel le marcaban las increíblemente delgadas caderas. Cada centímetro de lo que quedaba al descubierto estaba bronceado y suave como la seda.
¿Por qué tenía que ser tan guapa? Miley se preguntó ante la inevitable comparación.
-No te quedes ahí -dijo Nicholas, que llevaba un traje oscuro- Gilda me ha hecho el favor de ocuparse personalmente de ti.
La morena la estudió con ojos críticos mientras se aproximaba. Nicholas se giró también y sus cejas se arquearon al verle el aspecto.
-¿No tenías nada más adecuado que ponerte?
-Miley probablemente se sienta incómoda con ropa más insinuante. Lo he visto otras veces. Por suerte la dieta y el ejercicio pueden hacer milagros...
-Mirad, no soy una cosa sobre la que podáis discutir como si no existiese...
-Ya te mandaré un equipo -dijo Nicholas, sus oscuros rasgos con expresión distante mientras se retiraba.
Gilda la evaluó de la cabeza a los pies con sus ojos azules y acuosos y sin pensar lo que hacía, Miley corrió tras Nicholas. De repente, sentía que era su único amigo.
-¡Nicholas! -lo alcanzó en la puerta y susurró- Nicholas, ésa no es una mujer normal. De costado es como una tabla. No sabía que alguien podía ser tan flaco sin morirse. Por supuesto que le debo parecer enorme, pero yo no puedo evitar haber nacido así.
Después de una pausa atónita, Nicholas echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas.
-No le veo la gracia -dijo Miley mortificada-. Cuando me dijiste que tenía que trabajar duro no mencionaste ni la dieta ni que me pondrías a cargo de un bicho palo. ¿Has visto cómo me ha mirado? Como si yo fuese un elefante.
Nicholas se apoyó contra la pared tratando de contener las carcajadas.
-Es el trato, Miley. Gilda es famosa por sus resultados.
-Tengo hambre -murmuró Miley, pero se dio cuenta de que no le podía quitar los ojos de encima. Al relajársele la cara con la risa y perder el aura de superioridad que siempre lo rodeaba, era otro hombre. Tenía una atractivo increíble, reconoció, mirando incómoda la pared.
-Mala suerte. Si no se sufre, no se gana.
-¿Alguna vez has estado a dieta?
-No lo necesito. Soy demasiado disciplinado para cometer excesos.
Miley retiró la mirada del perfil digno de un escultor griego y miró al suelo.
-¡No hagas eso, siempre me enerva! ¡Mírame cuando te hablo!
La sorprendió que se hubiese dado cuenta de que nunca lo miraba a los ojos, pero levantó la vista y la pétrea mandíbula se relajó un poco antes de que Nicholas que diera vuelta para irse.
-Miley... mejor será que empecemos -llamó Gilda Stevens-. Comenzaremos por pesarte.



-Hasta mañana -dijo Gilda.
Boca abajo en la colchoneta, cubierta de sudor, Miley trató de asentir con la cabeza, pero ni pudo hacer ese movimiento.
-Estás fuera de forma -suspiró su verdugo mientras se iba-. Pero ahora que te he dado los ejercicios, podrás seguir por tu cuenta todos los días.
Todos los días. Miley contuvo un quejido, pero se forzó a sonreír agradecida. Gilda era dura y no tenía ni un ápice de sentido del humór, pero había trabajado con ella incansablemente para conseguir que hiciese todos los ejercicios con corrección. Horriblemente incansable.
Al quedarse sola, Miley se quedó dormida, pero unos pasos la despertaron. Levantó la cabeza y vio los brillantes zapatos de Fisher.
-¿Dónde quiere comer?
-Aquí está bien.
Le puso la bandeja en el suelo. Un plato lleno de ensalada verde y verduras crudas apareció a su lado.
-Nunca me ha gustado la ensalada.
-Es una dieta desintoxicante, creo -comentó Fisher-. A media tarde le toca un pomelo entero.
La papilas gustativas de Miley tuvieron un escalofrío, pero tenía tanta hambre que mordisqueó un tallo de apio.
-Me gustan los carbohidratos, la pasta, la carne, la tarta de chocolate...
Un par de zapatos italianos hechos a mano apareció en su campo visual.
-Pero no puedes hacer trampa.
-Pensé que estabas en el banco -dijo Miley acusadoramente.
-Mi intención es controlar este proyecto. Y por suerte he venido, porque Gilda se ha ido y aquí estás, tirada sin hacer nada como si estuvieras de vacaciones.
-¡Me siento tan débil que no me puedo mover!
Nicholas se puso de cuclillas a su lado con agilidad.
-He mirado tu examen médico del banco. Estás en perfectas condiciones físicas. No hay motivos por los que no puedas seguir un programa para ponerte en forma -los oscuros ojos la asaltaron como un choque frontal-. ¿Por qué no te pusiste la ropa que te mandé?
Parecía todo tan pequeño que no le había dado la gana hacer el esfuerzo de ponérselo frente a Gilda.
-Necesito comer para tener energía.
Nicholas le dirigió una fría mirada de reproche.
-Tienes la actitud equivocada. Antes de empezar, ya te das por vencida, y por eso, ni lo intentas.
-Seguiré el programa... ¿Vale?
-No, no me vale. Quiero que te comprometas un ciento cinco por ciento -Nicholas la estudió con intensidad fulminante, la mandíbula rígida-. Recuerda lo que esto me cuesta. La suma total de tus deudas era considerable. Si no lo has entendido hasta ahora, entiéndelo de una vez. Te lo tienes que ganar.
Miley palideció y no pudo sostenerle la mirada.
-Yo... Yo...
-Si empiezas a flaquear, me tendrás aquí tomándote el tiempo. Y si te parece que Gilda es dura, es que no sabes lo que es bueno.



-¡Qué alegría verte! -exclamó Liam esa tarde, levantándole la moral cuando llegó a su casa.
Tímidamente se retiró el flequillo de los ojos y le sonrió.
Alto, delgado y rubio, Liam respondió con un amistoso puñetazo en el hombro y le mostró la cocina.
-Unos amigos se quedaron un par de días. ¡Mira qué desastre me han dejado! -se quejó.
-Te lo arreglo en un periquete -le dijo Miley con entusiasmo.
Cuando salía, Liam la miró y frunció las cejas. Haciendo una pausa en la puerta, la miró.
-¿Te has hecho algo en el pelo o cambiado el maquillaje?
-No, no llevo maquillaje -se envaró Miley.
-Debe ser el color de tus mejillas. Casi diría que estás bonita.