-Esto no puede estar ocurriéndome a mí -susurraba miley medio mareada mientras tropezaba con los escalones que salían a la azotea.
-Yo opino exactamente lo mismo -contestó él escueto, subiendo detrás de ella-. Precisamente en este viaje no tenía ningunas ganas de tener compañía.
Nick alargó una mano para abrir la puerta metálica al final de las escaleras. Una ola de aire frío voló el cabello y la ropa de miley marcándole la esbelta figura. Ella se echó a temblar. nick jonas , que ya se había abrochado el abrigo, salió a la azotea pasando por delante y dirigiéndose hacia el helicóptero.
- ¡Date prisa! - gritó volviendo la cabeza por encima del hombro.
-¡Pero si ni siquiera llevo abrigo! -contestó ella perdiendo la paciencia.
nick se paró en seco y dio la vuelta con aire de severa impaciencia y luego comenzó a desabrocharse el abrigo.
-No malgastes tu tiempo! -soltó miley malhumorada ante aquel despliegue de galantería tardío-. ¡No me pondría tu estúpido abrigo ni aunque pillara una neumonía!
-¡Pues hiélate en silencio! -respondió nick con un brillo en la mirada.
Miley se encogió de hombros. Sólo la curiosidad del piloto la hizo callar. Insensible a una respuesta como aquélla, que hubiera atemorizado al noventa por ciento de la gente, miley pasó por delante de nick y se subió al helicóptero tan tranquila.
-Compraremos ropa en el aeropuerto -comentó él de mal humor sentándose junto al piloto y volviendo hacia ella su perfil griego clásico y duro-. Tendremos tiempo de sobra mientras esperamos a que llegue tu pasaporte. ¡Probablemente incluso perdamos el turno para despegar!
-¡Qué gracia! -exclamó miley en un tono inconfundiblemente sarcástico, provocando en él el desconcierto.
Las aspas del helicóptero giraron en el tenso silencio. miley volvió el rostro hacia fuera. Aquello no podía estar ocurriéndole a ella, se decía una y otra vez mientras el helicóptero se elevaba y atravesaba Londres. Se podía decir que nick jonas la había secuestrado. ¿Qué otra alternativa le había dado? Ninguna. No podía arriesgarse a que Roberta perdiera su trabajo, porque la pobre mujer no contaba con el lujo de un segundo salario. ¿Pero era ella más independiente?, se preguntó miley. En un caso de supervivencia ella hubiera podido pasarse sin su salario como mujer de la limpieza. Después de todo tenía otro empleo de día y una cuenta bancaria con interesantes ahorros. En realidad miley vivía como un monje, ahorrando cada peseta, deseosa de hacer cualquier sacrificio con tal de alcanzar su objetivo en la vida. Y ese objetivo era comprar la librería en la que trabajaba desde los dieciséis años. Sin embargo, si el incremento regular de ahorros de su cuenta bancaria cesaba justo cuando estaba a punto de hacerse cargo del negocio, el director de la sucursal bancaria se sentiría decepcionado y sus ambiciones de propietaria sufrirían un fatal revés. Aquél era un momento crucial, con su jefe cada día más anciano y ansioso por retirarse.
nick jonas era un paranoico, un absoluto paranoico, decidió. Ella, ¿una espía? ¿Acaso leía demasiadas novelas? Sólo era una mujer de la limpieza que había entrado accidentalmente en su santuario. Una mujer de la limpieza que no tenía permiso para trabajar en esa planta y menos aún para entrar en esa oficina, le recordó una débil voz en su interior. Una mujer a la que, además, habían pillado saliendo de detrás de la puerta
Cierto, concedió miley reacia. Podía resultar sospechoso. Pero eso no justificaba el que insistiera en no perderla de vista en treinta y seis horas. El hecho de que se la llevara de viaje demostraba que estaba loco.
Y además no era ése el único problema. La forma en que nick jonas la miraba la ponía furiosa. En medio de toda aquella neblina de sospechas él se había permitido el lujo de mirarla de arriba abajo, como si fuera una mercancía sexual a la venta. miley apretó los generosos labios y se puso a rumiar aquello.
Bastante había tenido con tolerar a justin Bolton, que se negaba a aceptar un no por respuesta y que estaba convencido de que era sólo cuestión de insistir. No era de extrañar que se hubiera incluso mareado. Aquel arrogante griego no había hecho sino aumentar aún más la repulsa que su subordinado había provocado en ella. Sin embargo nick jonas era diferente. nick jonas era uno de esos hombres salvajemente masculinos, la clase de tipo que no podía mirar a una mujer sin preguntarse cómo sería en la cama.
Impermeable a la creciente antipatía de miley, que demostraba con un frígido silencio, nick jonas la guió por el aeropuerto hasta la zona comercial. Entró directo en una boutique cara y se dirigió hacia los trajes de chaqueta. Arrojó luego en sus brazos uno negro, de la talla más pequeña, y escogió un bolso, un sombrero y un par de guantes negros largos del estante en el que estaban expuestos.
El resto de las exquisitas prendas del estante parecieron deslucidas. miley se ruborizó hasta la punta del cabello. La dependienta los seguía con atenta e irritada mirada por toda la tienda. Finalmente miley susurró en voz baja y mortificada:
-¿Qué diablos crees que estás haciendo?
-Comprar -explicó nick jonas escueto, indiferente a las miradas de los empleados que, bien entrenados, seguían atentos cada uno de sus movimientos.nick jonas se dirigió decidido hacia otro perchero y tiró de un vestido azul sacándolo de la percha para arrojárselo a miley con la misma indiferencia. Luego le siguió un largo abrigo negro y por último, tras una pausa ante un maniquí con unos pantalones cortos rosas, nick jonas inclinó la cabeza y dijo, dirigiéndose a la vendedora que se acercaba:
-Esto también nos lo llevamos.
-Me temo que no está a la venta, caballero.
-Entonces quítelo del maniquí -ordenó nick.
-¡Pero señor jonas! - silbó miley ruborizada hasta el límite.
La vendedora, cuya insignia proclamaba su rango de encargada, estuvo a punto de hacer otro movimiento, pero al oír el nombre abrió la boca atónita y miró con más amabilidad al alto y moreno cliente.
-¿Es usted el se... señor jonas?
-Sí, soy el propietario de esta cadena de tiendas -confirmó nick con una mirada de desaprobación -.Dime, ¿es habitual que los empleados estén de pie, sin hacer nada, charlando y mirando a los clientes que los necesitan? ¿Y desde cuándo es más importante un maniquí que una venta?
-Tiene usted mucha razón, señor jonas. Por favor, permítame que lo atienda.
-Esta señorita necesita ropa interior. Escoja usted algo -ordenó nick dejando que su atención recayera entonces en el estante de los zapatos y arrastrando a miley hacia ellos-. ¿Qué número usas?
-Creo que nunca en la vida me he sentido tan violenta -comentó miley temblando-. ¿Es así como te comportas en público normalmente?
-¿Pero qué te pasa? -exigió saber él-. No hay tiempo que perder, escoge unos zapatos.
La encargada estaba al fondo luchando por quitarle los pantalones cortos al maniquí. De pronto miley, con un movimiento repentino, le arrojó la ropa que llevaba en brazos a nick
-¿Por qué no te vas al mostrador de embarque y me esperas allí?
-Me quedaré aquí para despachar ciertos asuntos que...
-¡No vas a quedarte aquí mientras yo elijo prendas de lencería! -exclamó miley como una olla a presión a punto de estallar, con ojos verdes airados y tan brillantes como una joya-. ¡Además, no necesito tantas cosas!
-Te pago para que hagas lo que se te dice... -alegó él con ojos negros intensos.
- ¡Pues si voy a soportarte necesito al menos un poco de espacio!
La brillante mirada de nick resplandeció literalmente hablando. Un rubor oscuro acentuó los esculturales pómulos. Nunca nadie le había hablado en ese tono, y la incredulidad emanaba de él por oleadas.
-¡Basta, deja ya de ejercer presión en todas partes! -continuó miley.
-Pero...
-Desde que hemos entrado aquí te has comportado de un modo atroz -lo condenó miley sin piedad-. Vete al mostrador de embarque y cállate ya. Y procura no aterrorizar a nadie más.
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